28.9.09

Capítulo 22: Submundo


El chico esta a punto de gritar. Gritar , llorar, no sabe.
Algo que no puede desentrañar con claridad también lo conmina ha tirarse- poseído como está por un arrebato inexplicable- por la ventana del subte o - opción inversa y contraria a la primera y a decir verdad la que más lo perturba: correr los cuatro pasos que lo separan de Eros y arrojarse a los brazos de ese abuelo anónimo transitado de punta a punta de su cuerpo por una energía lejana e insondable.
Una mueca de sus labios que sube, un fruncirse de su nariz, un blanqueamiento total del rostro que de un momento a otro se vuelve púrpua, es decir, si esto fuera para el chico controlable una indecisión facial que transforma su pequeño rostro en un Kandinsky de imprecisiones gestuales impide saber con certeza que tipo de sensación en realidad está experimentando. No lo hace todavía . A modo de consuelo presiente en la precariedad de su fuero íntimo, en esa incipiente construcción donde todavía no se han revelado y muchos menos asentado los pilares oscuros de la recepción prepúber que lo que esta viendo podría ser más nada el producto de su imaginación construida en la genética de la nueva programación hologramada y ejercitada con los héroes y villanos iridiscentes y pixelados que pueblan su mente desde su pantalla de video, que desde que nació oficia más o menos de lo que podría denominarse el mundo que lo contiene. Entonces Eros es en este momento Scorfax, Old Little Monster, el cojo Jones o Guatarazú, más que algo perteneciente a la maravilla sólida de la realidad. Ese viejo que tiene enfrente de sus ojos sentado en esa moderna silla ortopédica y que a su vez lo observa con mirada desbordante como queriendo extraer de su incipiente almita humana algo que él, subjetividad inocente, nunca podría reconocer, lo intimida. Esta verdaderamente asustado. Contiene el grito o el llanto solo por vergüenza o porque todavía no puede dar crédito verdadero a ese viejo. Intentando detener el alto grado de sugestión que desde hace un rato largo se viene incubando en su cabeza, con las manos tiesas y disimulando su temor se aferra cada vez con más fuerza a la pierna de su madre- una joven mujer de cabellera teñida de azul que desde que ha subido al subte ha estado enfrascada en la pantalla de su ordenador de bolsillo estudiando los colores de una nueva línea de cosméticos. El rostro impertérrito del niño es lo único que los ojos de Eros vieron con claridad, porque todo desde que ha subido en el anden de la estación, desde que ha ingresado a este compartimiento del vehiculo subterráneo no ha sido para su visión sino el encuadre alucinado y caótico de un director de pesadillas, rostros y cuerpos funambulescos de aquí para allá , arracimados en pos de un viaje absurdo y sin destino, entes nómades descomponiéndose antes de resolver su figura por completo en el interior de Eros. Mira al chico con extremada concentración. Es la última vez que verá un rostro humano- piensa-, una nariz , una boca, la suavidad de la piel, dientes, pelo, ojos. Siente los filamentos del fin flamear en sus entrañas, el convulsionado paso de la Vieja Cosechera aproximarse con música afiebrada pero a su vez redentora dentro de su cuerpo. El chico llora. Ya no puede soportar la carga de intensidad que se desprenden de los ojos del viejo Eros y que se van a depositar irresistiblemente pesados en los suyos, no solo de sus ojos sino que apenas estos son los ventanales donde se vacía una vida, una vida transida y cruda, una existencia atravesada con el fuego innominable de las decepciones y los avatares complejos. Como si sus propias dudas, volviéndose fuerza decidida lo hubieran liberado con fuerza del regazo de su madre, el chico se arroja eyectado con la descomunal fuerza de una intensidad desconocida a los brazos de Eros, sin miedo trepa con sus zapatillitas por las rodillas inservibles del viejo y toma con fuerza su cabeza la envuelve con un abrazo interminable. Desde su pequeño corazón, un organo rojo que no debe pesar más de doscientos gramos Eros puede sentir el eco apasionado de una vieja y conocida multitud, música de gargantas tensas, adagio de arenga popular con toda la voluntad de precipitar el futuro y volcarlo como un tanque de combustible en llamas sobre las ruinas del presente.
Eros decide salir de ese vagón, llegar a un lugar vacío donde no haya testigos de su suerte. Casi sin fuerzas, con los dedos ateridos y contusos, oprime el botón de su silla y se desplaza por la senda libre de los discapacitados hasta llegar a la puerta. Es el último tramo del subte, un enorme ojo de buey sella el fondo del vehiculo que raudamente y dando un leve barquinazo, parece que ha acelerado más, puede divisar los rieles brillar en la oscuridad, cuatro listones de metal macizo por donde corre sin destino, una pista con fondo de pequeñas piedras verdes, por la que es acarreado sin más proposito que demorar lo inevitable, sus ojos se pierden en ese horizonte corto, en esa cueva oscura donde solo perviven filas angostas de luces amarillas a los costados de la paredes. Recien ahora, como ejerciendo un balance de los últimos actos se pregunta que lo ha guiado a sumergirse en el interior del vientre de este resbaloso anélido de metal, que extraño concepto de la fuga lo ha inducido a salir del Sainte Claire y recorrer semioculto, -camuflandose como le fue posible entre la poca gente que ha esa hora transitaba por ahí- las tres cuadras por la avenida Cortázar hasta llegar y descender por la boca del subterraneo, enterrarse bajo los suelos de la ciudad y como un loco sin esperanza alguna de seguir respirando en este mundo, lanzarse a recorrer sin una meta precisa, que no sea la descarga de una tormenta nuclear que se a apoderado de todo su cuerpo una y otra vez todas la estaciones de la línea. Pero esto en realidad poco importa, no puede reparar en estas nimiedades, en estas vagas consecuencias de un cuerpo y una mente agitados, aturdidos imposibles de hacer pie en el centro de un pensamiento razonable, solo algo le recuerda a ese ómnibus de cincuenta años atrás recorriendo por días y días un circuito interminable de avenidas, pero sabe que no es más que eso una mera y arbitraria conjunción memorial de su trastocada mente.
Un hombre relativamente común, sin ninguna seña particular que lo distinga del resto de los pasajeros, sin ninguna seña de enfermero de almas ni mucho menos, tal vez conmovido solamente por el aspecto de Eros, por dar la impresión de un anciano en problemas que equis circunstancias recientes lo han transformado en pordiosero, no tanto por el aspecto de su ropa, sino más que nada por el abandono en el que se ha dejado llevar desde la madrugada y que con asombrosa plasticidad se ha ido incorporando a su imagen. Es el primer adulto que ha reparado en él, desde que ingreso al subte. Le pregunta si se siente bien, si necesita algo. Eros lo mira para comprobar que no es el policía inminente que de alguna manera esta desde hace unas horas está esperando, aguardando que le toquen el hombro que identifiquen su rostro y que procedan a colocarle las esposas, y que una vez llegados a la dependencia policial y sentado en un despacho o tal vez ya entre rejas le preguntarán que tiene que ver con la muerte de Adolfo. Policías, policías, policías que lo deben estar buscando y que sin lugar a dudas no tardaran mucho en encontrarlo y que a Eros tan poco le importan a no ser por como dijimos el aprieto en que se va a ver envuelto en el momento de confesar, como si fuera un escritor que no sabe como comenzar un cuento que ya tiene armado en su cabeza.
contesta Eros. Solo un cigarrillo pide. El hombre aunque sabedor de la prohibición de fumar en estos vehículos le concede el deseo y le estira uno que el mismo ha encendido. Eros sorbe el humo con lentitud, sus ojos cada vez mas rojos siguen fijos en el ojo de buey, todavía tienen la potencia necesaria para atravesar el grueso vidrio y encontrase en ese paisaje de piedra y cemento, en ese túnel oscuro que le servirá de cauce para que su memoria desguace en lo que dure este viaje o mejor dicho en lo que dure su vida puesto que, para el mismo no caben demasiadas dudas, saldrá muerto de ese subterráneo.
Al parecer el hombre que le ha convidado el cigarrillo ya ha cumplido su papel en esta escena. En la primera estación donde el subte se ha vuelto a detener, ha descendido sin apenas mirar a Eros que ahora si, en una soledad total, encajonado en ese ultimo rincón del vagón, invisible casi para el resto del pasaje, montada su silla en el sobre fuelle del piso, parece querer fundirse con el vértigo negro que va quedando atrás en el veloz paso de la máquina, con ese vacío cinético en el cual si pudiera, abrelatas gigante mediante- así lo piensa, así de desmesurado y absurdo es su dolor- que desmontara este culo de vagón con forma de ojo de buey, despedazarse bajo el furor de fuerzas centrifugas y centripetas, que irian tironeando de sus miembros hasta arrancarle cada uno de ellos. Dispersos, anónimos, mera carnadura, excenta de toda metafísica y de toda pavada celestial en avalancha, que no sea la de la charra cirugía, insensible y vulgar , del carnicero.
Súbitamente, como si un grupo de monos ligeros recorrería una liana en forma ascendente, -y presa del capricho retroactivo de las emociones, que esta vez se desprende de su mente espontánea y voluptuosa , desembarazándose del encapsulado de temor y de aprehensión que la cubrió en las últimas horas y que, bien estudiado, no proviene de un recuerdo inmediato de un vistazo atrás conciente y concreto que Eros ha realizado, pero que a su vez y esto es innegable, tiene su raíz y su pathos, su ascendencia y su origen en los recodos mas intestinos del pasado- sube desde sus testículos incendiando sus entrañas, corona su corazón de luces y limpia su cerebro, una sensación de triunfo, fervorosa y absoluta lo envuelve por completo, como no lo ha hecho en el patio del Sainte Claire después de ajusticiar a Adolfo, donde, una parte de el, solo recibió el zumbido protocolar y burocrático de la notificación de que su misión estaba concluida, tal vez inhibido por el cadáver colgante de su amigo , inconcebiblemente el objetivo de su impostergable propósito. Su viejo cuerpo parece transmutarse en pieles del ayer, su espectro actual, su caduco envase espiritual parece llenarse con los brios y inmarcesible voluntad de sus veinte años, como un aleph militante siente todo tan rápido que no es capaz de retener cada una de las sensaciones, solo se deja llevar por el inmenso turbión revitalizador siente su piel erizarse, cubrirse de una temperatura ajena tanto al frío como al calor, que lo ensanchan de victoria en ese rincón oscuro donde esta sentado, tiene ganas de pararse, siente que sus piernas se vuelven a irrigar de vida, quiere saltar y estrecharse contra los salientes del techo colgarse como un gato y derrochar toda esa fuerza que se convoca ahora en su vieja y alicaída musculatura. Con desesperación busca reconocer su rostro en el grueso vidrio del ojo de buey , mueve su cuello buscando las zonas donde el vidrio oscurecido desde atrás se convierte en espejo, en realidad tiene miedo de ver su rostro juvenil, de encontrar en ese muchacho de veintitantos años al enemigo que de alguna forma a decidido darle muerte a su amigo Adolfo siente temor de darse cuenta que ya no es él, el viejo Eros candidato claro a la muerte antes, sino el joven Eros , el de mentón lampiño pero carretillas de aspecto duro y adulto , el laborioso soldado de la revolución al que los gestos juveniles se le han vuelto adustas señales que buscan conjurar el peligro, el joven combatiente que ha decidido en una noche fria e impredecible de julio y tras terminar de leer Los Tres Mosqueteros - recuerda el momento exacto donde deposita el grueso volumen amarillo sobre la mesa de luz, bocabajo, con la visión del catálogo de la colección Robin Hood ordenado en tres columnas- y algo en su interior fogoso dictamina, con la contundencia, irrevocabilidad y ecos de apoteosis literaria o cinematográfica que tienen todos los instantes bisagra de la vida, que es ya un soldado de la revolución-.
Los ojos en ese espacio del vidrio donde el espejo se hace más claro: fijos, buscan.
El impúdico mascarón de proa de la vejez. Colgajos de facciones como fondo borroso ve, no el rostro juvenil que no esperaba se le asiente pero que presentía como una añadidura virtual y aleatoria sino la claridad en sus ojos, el tenue marrón que perdió hace tiempo bajo la capota roja de ese derrame que para los innumerables oftalmólogos consultados es una patología irreversible y desconocida.
Ganas de gritar. A lo Munch o a lo Maradona contra Grecia. Mudo ensordece de su propio ruido.
La boca abierta en circulo ,los labios resecos. Beso crónico en una línea del tiempo de hoja cuadriculada.
Que al menos ese túnel que se abre en forma refractaria a cada paso del subte sea testigo de la exaltación, de ese resurgimiento de la vida que los pragmáticos, contribuyendo al conservador enmadejamiento del mundo y no a la extensibilidad del lazo libre del entendimiento calificarían, aburridos y sin imaginación como la última mejoría, del pobre viejo, antes de la muerte y que en el caso de Eros, esto que le esta sucediendo es una experiencia, diríamos intransferible a códigos razonables pero que cualquier lector de poesía, digamos acólitos al romanticismo nomás, como tipos, como exponentes sencillos de quienes pueden erigirse como medianos clarividentes de esa zona inacabada, infinita y oscuramente prometedora de nuestro ser, sabrían entender, lo leerían complacidos en las letras difusas del palimpsesto que conforman esos ojos que han abandonado la capota roja y que brillan en un agudo resplandor caoba.




capítulo 21: Flagelar


La oscuridad del parque. Imperiales árboles fríos y sombras desorbitadas se han adueñado por completo del lugar.
Sombras que, para la visión conmovida de Eros, se han fugado, se han ido bastante mas allá de la verdadera zona de influencia del objeto material que la genera, desplazándose por el suelo del parque, perdiendo casi por completo su condición inmaterial y de escasa movilidad para integrar estos saltos amenazantes de luz negra, estas precipitaciones planas pero envolventes de oscuridad. Caracteres inconfundibles de un ser sanguíneo y no de un efecto físico de la luz. Como si fueran animales, álgidos mamíferos de esculpida negrura el lomo erguido de gigantescos monstruos del fondo marino, panteras gaseosas y que huelen, no como las sombras con la habitual ráfaga fresca de confección aérea y vegetal, sino con el particular olor acre que se impregna en el aire, en la tierra y en el cuerpo, de los que han habitado el centro de un campo, marginal y clandestino, de batalla. Olor reververante a tigre, a sangre escondida. Y Eros, inmerso en un estadio estetico, conmovedoramente escindido del trasvasamiento, de otra cosa que no fuera esto, gira su cuello y el cuerpo colgante de Adolfo, le parece un obra de DeChirico
La fuerza incesante de un viento helado que agitaba las plantas y las arqueaba en dirección a la edificación mayor del Hogar silbando como sirenas dementes, se ha detenido.
La sensación de Eros de estar ante una naturaleza sobrenatural con capacidad de representaciones se hace más viva, como si en la desolada noche, vería elevarse en el seno del jardín central, entre los rosales blancos y amarillos los fantasmas negros, los miasmas ancestrales de genéricas composiciones vinculares mostrar su ilimitada condición, su omnipotente poder de componer las cosas a su antojo, de disponer de los actores a sus caprichos y esto es lo que mas lo sobrecoge del ambiente, la mansedumbre central, la calma del ambiente de los que son capaces de producir tormentas terminales, confabular y atomizar el núcleo de los destinos.
Atrás quedó el cuerpo muerto de Adolfo, el cuerpo muerto del capitán de navío, sacrificado y blanco de las más arteras flagelaciones. Cuerpo de Adolfo y cuerpo del capitán de navío colgado de los brazos a una rama enorme de ciprés por medio de una soga. Pendiendo como un pesado saco repleto de viejas y nuevas pesadillas, balanceándose cada vez con menos ímpetu hasta llegar a ese balanceo pendular propio de los objetos colgados, los cuales según la proporción de peso distribuidos en el volumen hace que la quietud dependa del fin de un movimiento de inercia. Rapaces de mediano porte moradores insomnes de lo alto del bosque, observan el bulto del hombre muerto esperando el momento exacto para zambullirse en sigilosa y veloz picada al solo efecto de aprovisionarse de alimento. En la soledad de la escena, estos pájaros de pico corvo y amenazadoras garras son los únicos que pueden observar el rostro conmocionado de dolor, el obsceno rictus final que ha quedado tallado con el cincel del trabajo de Eros y que el rigor mortis pronto comenzará a endurecer y a fijar como si estuviera componiendo una máscara horrorosa y macabra, un retrato a medida de la vejación y del sometimiento a practicas brutales. Eros, pese a tenerla preparada y haberle dedicado un tiempo importante en confeccionarla, ha obviado el uso de la capucha. La tradicional capucha de tortura utilizada para que la victima no pueda reconocer a su agresor, en este caso improvisada con un pulóver de lana negra con el cuello y las mangas cosidos con el cual tenía pensado taparle la cara para que el padecimiento sea similar al mismo que Adolfo a inflingido en otros tiempos. Ha prescindido de tal elemento solo por un motivo. Verle la cara de frente, enfrentar esos ojos de cuervo, tratar de alinearlos en un salto al vacío del tiempo, con esos otros ojos de la avenida Libertador, fugaces pero letales escolopendras cargadas de veneno que lo hirieron de fracaso durante millones de años. Ver, como ahora sí, esos ojos retenían su resplandor venéreo, ver como se consumía su sucia luz en sus propios cuencos Debajo junto al tronco del árbol,-ahora apoyados como objetos inocentes y que producirían en quien los viera, si obviaran el cadáver colgante, allí en su conjunto mas que cualquier otra cosa un leve síntoma de hilarante perplejidad como si sospecharan el paso de un acampante maníaco o de un niño travieso que ha estado hurgando en el taller de su padre los alambres retorcidos, la bateria y los cables, el largo caño de metal y el mechero donde lo ha calentado para penetrar la carne de Adolfo el improvisado pero efectivo set de tortura que Eros en pocas horas ha improvisado con distintos tipos de elementos que con no pocas dificultades y no sin tener que inventarle alguna excusa a los empleados, se ha procurado de la cocina y de la sala de limpieza del Hogar y que le ha servido de acuerdo a su decisión impensada hasta segundos antes de tomarla pero irrevocable una vez determinada en su cerebro por un homogéneo río de voces interiores y que creyó indispensable para concretar la muerte de un verdadero verdugo, como si ese viejo apotegma ojo por ojo fuera aplicarse en su forma más ortodoxa y revachisticamente inapelable y que sin emplear esta metodología infernal para lo que habitualmente se ha utilizado como arrancar confesiones, procurarse datos secretos del fondo de las victimas o sencillamente quebrantar y violar voluntades, sino como un mero espejo en el que se proyectara el cuerpo de el capitán de navío, en el que viera reflejada sus propias practica siniestras, como si quisiera introducirlo en un adoctrinamiento para una inexistente vida próxima o simplemente por el mínimo hecho de igualar el nivel de ensañamiento con que se decidido tratar al enemigo y con esto concluir de modo primitivo una venganza y poner las cosas en orden- para acabar con el hasta hace poco su amigo.
No hay reflexión en el andar lento de Eros, no la puede haber después de lo que ha hecho, mas bien intenta con ese andar parapléjico de su silla, un rotar casi de agujas de reloj de sus ruedas, como si se negaran a avanzar o mejor dicho como si esa lentificación conciente que parte desde el mismo cuerpo de Eros, tendría la capacidad de inocular un jeringazo de anestesia a esa convulsión doliente e increíblemente satisfecha, que se resume increíble e indescriptible en toda su humanidad-
Podría, si su mente volviera, solo a minutos atrás, y se nutriera de lo allí ocurrido, darle más velocidad a los latidos de su corazón, agitarlo de tal forma que como el de su amigo y enemigo hace un rato y concluir de una buena vez con su vida, sabe, que con solo activar un pequeño espacio de su mente en esa dirección le daría ese vértigo final que le detendría su rojo y enloquecido corazón en un aséptico paro-
Pero prefiere conservar su aliento, no sabe por cuanto tiempo más, tal vez mañana cuando el sol descubra todo con su luz requisante de patrulla, y mas aun cuando su síntesis psíquica y física con base en su organismo se enfríe y deje parte del delirio removido de su campo de acción -allí donde ha actuado con decisión y destreza - trasladado a ………y convertido en una seca pieza de museo que lo encienda más que de culpa , de inmensa pena, ahí si en ese momento se sabe capaz de terminar, de terminarse.
Siente que ese plazo que se esta dando, esa cuenta regresiva que no quiere aceptar como tal o a la que deja relegada en un plano descuidado de sus percepciones, tiene que ver más que nada con una incógnita que es sin lugar a dudas lo único que lo mantiene vivo, y que consistente en desbrozar minuciosamente ese multiforme grado de éxtasis de que lo tiene prisionero desde que supo que eliminaría a Eros y que se ha extendido en el tiempo hasta ahora con un leve ascenso debido a la conquista ultima de su voluntad extendida y concretizada en hechos- lo esta reteniendo en este mundo, en este extraviado mundo donde dos polos opuestos están diputándose su alma.
Dos perros tironeando cada cual para su lado un trozo de carne. No.
Dos energías contrapuestas que negadas a fusionarse chocarían creando una zona de choque continuo,tampoco.
Dos cielos superpuestos, conformarían el inefable supuesto de una noche día o un imposible día noche, tal vez, tal vez.
O esa mezcla ininteligible que se compondría del agua y del fuego, tambien, tambien.

Capítulo 20: Planificar


Eros sabe que lo va ha hacer, bebe a sorbos cortos el café y dentro de sí lo sabe mejor que nadie. Lo experimenta como la cola de un film, un anticipo promocional de todo lo que esta por venir .Lo ha comprobado en ese rapto de excitación y clarividencia que experimentó en todo su cuerpo y toda su mente no hace demasiado, y que puede figurarse, en el trepar de una ola hacia adelante, hacía el instante en que su curvatura superior, componiendo su movimiento plástico y final se transforma en rizo enloquecido y trepidante de espuma hasta que se oye la agitación efervescente de una concreción definida y que el capricho incesante de su mente ha dispuesto que el momento de percibirlo haya sido, unos minutos atrás en el primer bocado de flan con crema que le han servido de postre. Ha concluido ese instante de zozobra, el instante mismo donde las cosas pueden a último momento dar un vuelco y de forma contundente retrotraerse a su lugar pasivo dejando que todo, absolutamente todo quede sin efecto alguno, como el embrión fallido de una semilla. Ese pleito interior aunque no haya recibido notificaciones o no se haya manifestado concientemente, ha acabado. No necesita ninguna otra confirmación. Se ha predeterminado en el macizo frontal de su cerebro, eso que de alguna forma, -y es la enorme convicción con que lo va a llevar a cabo lo que en realidad lo sugiere-, ya ha sucedido, ya ha encontrado el punto de contacto con el esquivo destino. Lo que como un logos voraz lo ha guiado en sus cavilaciones, verá pronto el cauce final de su salida.
Su entidad nerviosa se mantiene fría y bien encarrilada en sus circuitos, con el compás perfecto de quien habita la antesala del futuro con varias cuestiones resueltas y seguras de su lado. Sus ojos dejan translucir una transparencia inédita en el púrpura sanguíneo de sus ojos, una franqueza desmedida quizá para esa mirada acostumbrada a los surcos constantes de peñascosas disquisiciones internas de insidiosos y flamígeros dilemas cruzados con todo lo que conforma el mundo exterior y que desde que descendió de los barcos de cristal de la infancia, no a podido considerar como, sino, una amenaza constante cuando no un desafío imposible aunque no por eso imposible de aceptar su reto.
Ha terminado la cena de aniversario. En los oídos de los tres viejos quedan adheridos, del modo de ululantes e insoportables caracolas marinas, que cada cual sabe ha su modo soportar, las voces de los invitados. Una congestión despersonalizada de sonidos que desde hacía mucho tiempo no escuchaban. Nitti se ha retrotraído a los casamientos o las fiestas tradicionales de fin de año compartidas en familia y Adolfo a la cenas de camaradería en el Club Naval, en las épocas de gloria de la Marina antes de que la historia, de forma indeclinable, derrame sobre las tres armas su balde de excremento y desprestigio. Eros………… en y que en distintas mediadas les ha producido un cierto aturdimiento y perturbación.
Con mano firme abre la puerta y deja que sea Nitti el primero que ingrese a la habitación, después Adolfo y por último, él.
Si hay algo que pensó en las últimas horas, más que en las próximas y palpables reverberaciones del pasado, es en Nitti, en ese viejo dibujante, de sólida y extravagante contextura mental que ha conocido en el Hogar y al que desde mañana o desde mejor dicho esta madrugada, deberá mirar de forma distinta de como lo ha venido haciendo hasta ahora. ¿Cómo hará para explicarle lo acontecido?, ¿Cómo?, ¿Tendrá tiempo para preparar algún tipo de explicación, de ejercer algún tipo de retórica parpadeante, para un hecho que ya habría que dar por descontado, todos considerarán y no sin razón aparente serán los movimientos galimáticos de un esclerótico o los policías invadirán el Hogar en un abrir y cerrar de ojos y será arrastrado por el patio del Sainte Claire y luego por su hall, con las manos ensangrentadas, ante la mirada atónita de todo el personal y lo subirán a un auto y ya nunca más volverá a ver a su amigo Nitti?.
Esta consideración con su amigo, el dibujante, lo ha hecho caer en la cuenta, que no ha pensado en nada para escapar, ningún plan para evadirse luego de ejecutar la acción que va a llevar a cabo, de buscar alguna salida para lo que, de forma irreversible, lo complicará gravemente, lo condenará a una dura sanción dentro de la sociedad y no habrá para ello nada ni nadie que lo salve. Pero esto no parece ser problema para Eros que, lentamente se encamina a su cama, tarareando con el fondo oclusivo de su garganta “La Parabellum del buen psicopata“, canción que desconoce o es incapaz de desbrozar hasta llegar a una conclusión que lo satisfaga el motivo por el cual ha emergido de un desierto de años y que si tendría el tiempo y la lucidez para encajarla y representar algún tipo de acontecimiento, salvo tal vez por la mención del arma, no sería seguro este- para volverse música de fondo de esta velada inconcebible donde, deberá matar a un hombre, como lo ha prometido, como lo ha determinado el flujo resplandeciente de las circunvoluciones de su razón- pero un hombre que el azar del destino ha convertido- pocos años antes de que el día de la justicia entone su canto de anunciación-y como si esto fuera el efecto de una broma macabra, un límite más que cruzar, antes de ver su tarea finalmente concluida, en amigo entrañable, en como decian en el corazón viscosamente sentimental de nuestros barrios, hermano del alma-
Mira acostarse a Adolfo, observa como el antiguo capitán de navío, el vil torturador, el triste sicario criollo de la oligarquia cipaya y paradójicamente su amigo ,y más paradójicamente si se quiere, su futura victima cumple con su rito nocturno de realizar varias gárgaras de cogñac mientras termina de calzarse el grueso pijama. Esta noche se lo ve más que nunca ensimismado, precintado dentro del calor oscuro de sus vehemencias ocultas y de sus temores anticipatorios como si presintiera de alguna manera lo que va ha suceder. Algo del pesado pie de elefante del destino, de su implacable tonelaje paquidermico ya esta pisando alguna parte de su ser, anunciándole que es en vano moverse, querer huir del caos laberíntico y azaroso del destino, y sobre todo, del irrevocable devenir de los hechos, que imperiosos e inminentes, afilados como una llovizna, están por precipitarse. Si pudieramos analizarlo detenidamente, si esta corriente no nos llevara furiosa a su desenlace inevitable, sabríamos que esta intuición de Adolfo esta más fundada en el enlace sanguíneo que se han proporcionado con Eros a partir de esa amistad de excepción que juntos se han prodigado y que esta por volar como una santabárbara en llamas en mil pedazos; más que en los conocimientos militares, más que militares, en los de un hombre acostumbrado por años a sospechar e intuir tormentas, a precaverse y a fuerza de infligir castigo y tortura a mimetizarse con el núcleo dolorido de esa carne escandida que sabe, que en el próximo segundo, volverá, al sacudimiento del latigazo eléctrico.
Hay un momento en que deberá como todas las noche saludar a Nitti primero y Eros después un Buenas Noches, que invariablemente el ha dispuesto a lo largo de estos años y que sus dos amigo han respondido con la vivacidad de cada uno de los días que le ha tocado vivir, las respuestas las voces han sido en las distintas ocasiones, la de hombres deprimidos, ebrios, exaltados por la belleza femenina, hijos pródigos del sexo, imbuidos en el lastre de un crimen cometido en conjunto, simplemente gripales y congestionados, o simplemente felices. Eros se pregunta como será esta noche, por ahora disfruta, si el termino vale para esta ocasión, de este tiempo dilatándose y conformando paréntesis prolongado, de este instante proustiano en que cada segundo parece nutrirse de detalles de ambigua inservibilidad pero que sin embargo, es la muestra cabal de el estado total de sus vidas.
Le hubiera sido imposible a Eros extender este tiempo, volver a convivir con el hombre que debe matar. Sentado en la cama y haciendo que sus pantuflas caigan lentamente al piso primero una y después ayudándose morosamente con la punta del pie libre la otra, como si en verdad nunca llegara al instante de tener que apoyar la espalda en el sommier. ¿Cómo habría podido estar junto a Adolfo?, volver a levantarse mientras uno a otro y simultáneamente se ayudan a ponerse sus zapatos y atarse los cordones, desayunar y almorzar juntos, propinarse tanto bromas y reflexiones cotidianas, y tantas otras cosas más que efectúan como siameses dentro del Hogar mientras el en el seno secreto de su hábitat mental tiene ya puesta una cruz sobre el cadáver de su amigo- Imposible de sostener por mucho tiempo, ha pensado Eros.
Por ese motivo todo su accionar se ha precipitado y se ha convertido en un turbión ordenado a instancias de esta fría noche de junio, en la década del veinte del siglo XXI, en el corazón de arquitectura tecnológica de este Hogar Sainte Claire, todo, se ha concentrado en esta noche que será la última, sin lugar a dudas, la noche donde el antiguo combatiente revolucionario vengará la muerte de centenares de amigos y concluirá así la tarea que le fue encomendada medio siglo atrás. Todo esto con la sola muerte del antiguo verdugo, su inefable amigo Adolfo.

Capítulo 19:La operación


No, no es sed. No es verdadera necesidad de saciar su boca con agua fresca lo que lo ha llevado hasta la cocina. Es más bien el mecánico intento de disolver ese nudo de tensión que atenaza desde hace unas cuantas horas su garganta. Se apresta ha extraer un vaso de lo que ha quedado de la alacena. Con la vista fija ve fluir el agua desde el pico de la canilla hasta el cuenco de cemento que oficia de bacha. La pequeña columna de agua que por momentos, debido a la prolija fuerza con que cae parece convertida en un transparente material sólido donde Eros podría si quisiera aferrarse como a un trozo de caño, sostenerse como de una manija y sentir que lentamente el piso deja de zozobrar como siente está zozobrando bajo ese cuerpo cargado de tensión que no es otra cosa que su propio y latiente cuerpo.
Uno, dos vasos de agua, servidos de la canilla dentro de un durax marrón lleno de sarro. Eros contempla el fondo blanquecino que de a poco se va disolviendo con el agua nueva y piensa que el agua que contuvo durante mucho tiempo, abandonada a su suerte en ese rincón de la mesada, se ha lentamente evaporado, fugado, desaparecido dejando su estela mineral, blanca y salitrosa adherida en el fondo. Señal de que alguna vez existió algo orgánico dentro. Las mismas señales de que hubo algo vivo, esta vez de personas de compañeros escondidos con su familia con sus pequeños hijos, que Eros percibe y desentraña con aires inconcientemente detectivescos en las paredes, en sus garabatos coloridos e infantiles que se despliegan en todo el contorno de la habitación a medio metro del piso, en el doble fondo de los escasos muebles y en el embute vacío detrás de la alacena, que seguramente supo guardar, las armas para la revolución, las mismas, tal vez, -y piensa que esta vez con más suerte- que el a escasos metros ha preparado con esmero y sigue preparando para la acción. El último trago no llega a desintegrar del todo el cerrojo de sequedad , la obstrucción molesta y de malhadada persistencia que oblitera la cavidad superior de su garganta. Apenas si lo anima a detener un poco el proceso de ansiedad que con el paso de un animal desaforado e inquieto ha invadido, -tomándolo de a poco con el ritmo implacable de una funesta enfermedad-, todo su cuerpo. A cuenta de la paranoia que lo persigue desde hace años, encamina sus pasos hacia la ventana. Esa obstinación incesante de sentirse acorralado de intuir y proyectar al enemigo hasta en la sopa y que de hecho le a hecho crecer ojos hasta en la nuca es algo que ya siente como algo imprescindible, como el dispositivo humano que el mismo a creado a lo largo de su cuerpo convirtiendose en una señal de alerta que lo advirtiera de todo el abanico de peligros a los que vive expuesto. Otea sin buscar nada en particular, por el solo oficio de hombre perseguido, por las celosías de la ventana, un movimiento mecánico al que se ha acostumbrado desde hace un tiempo. Por la breve ranura de la celosía percibe la luz gris y fría de la tarde. Solo queda atrapado en el fondo de su visión un recorte sesgado de los árboles y de los muros que componen las casas y edificios del barrio como una fragmento de cinta cinematográfica amateur. La voz aguda , anónima y lejana de un niño, -y a esta altura de los acontecimientos deberíamos agregarle y resaltar el calificativo de inofensiva puesto que todo en este mundo se a tornado amenazante- llamando a un amigo o a un hermano; y el sonido, si, ese sí, siempre amenazante chillido de los neumáticos de los autos rodando por el empedrado. Cree que es el momento indicado para volver a revisar las armas, no se contenta con haberse pasado la noche, aceitando resortes, empavonando tambores, comprobando, una y otra vez, mientras abria y cerraba la recámara de las balas, que todo está en su sitio. Abre el maletín donde se hallan las pistolas, después las desenvuelve de los paños de franela amarilla que las recubren y empuñándola la expone a la única luz que se filtra por la claraboya de la cocina .Quisiera ver a través de ese trozo moldeado de acero, quisiera constatar que todo su diseño interior también se halla en perfectas condiciones que todas la piezas están ubicadas en su lugar, todo saldrá como lo ha pensado en este largo tiempo, todo el circulo se cerrará una vez que oprima el gatillo de alguna de las pistolas, una, dos , tres, cuatro veces, no lo sabe, no sabe aún cuantas balas necesitará, supone que no demasiadas, para acabar con el marino. Imagina ese momento, -lo ha imaginado innumerables veces desde que le han comunicado su misión- le apunta y le dispara, lo ve caer, ve como se arquea primero para atrás y luego vuelve hacía adelante, hasta doblarse en dos y caer en el asfalto, allí también le efectúa varios disparos para asegurarse, que no ha fallado, después pisará el acelerador y se perderá, fugitivo y triunfante, en el final de la calle. Toma agua, vuelve a intentar que su garganta se abra, sentir que el nerviosismo se disipa, al menos por un momento, de su cuerpo, aunque sabe que es precisamente ese hormigueo tensionado en el bajo vientre, esas palpitaciones y esos ríos de sudor que se descuelgan cada vez con más intensidad desde sus axilas, lo que le hace saber que esta vivo, que esta entero, con los reflejos y el mapa vital activados para hallarse, como es debido, a la altura de las circunstancias que lo apremian, en definitiva, que está en condiciones de llevar a cabo con éxito su esperada misión. Deberá matar a ese hombre sea como sea. No puede fallar, se vuelve a juramentar por enésima vez en pocos minutos. No debe ni puede detener el entramado de operaciones conjuntas que una inteligencia táctica lejana y por algún motivo superior ha prediseñado en su laboratorio bélico instalado en algún lugar secreto del viejo continente. Un solo error de su parte echaría por la borda millones de segundos lúcidos invertidos en generar la contraofensiva.
Después de un largo cavilar Eros piensa que, después de todo, es un hombre afortunado. Mirando la punta de sus zapatos, el brillo un poco gastado de esos mocasines negros con suela acanalada que el mismo a decidido ponerse y que ha escogido de entre otros dos pares que ha encontrado en su casa porque supone son los que tienen más agarre al suelo y los que le otorgaran más estabilidad a sus pasos- Eros, piensa que ha tenido suerte, la enorme suerte de no hacer pesar en su conciencia la culpa, al menos no como un trance de complejo dolor existencial, de duda e inhibición total para ejecutar las acciones que solicita la revolución como le ha sucedido, en varias ocasiones, a varios de sus compañeros del entorno más cercano. La interminable culpa provocada por el hecho de matar por propia mano a otra persona, ese mandamiento impuesto por la voz férrea e inclaudicable del mismísimo Dios relegado en pos de un sueño colectivista, que la intensa formación religiosa en la que se han forjado, ha interpuesto como una basura molesta en el ojo y que tanto tiempo, demasiado piensa Eros, demasiado hasta que los lideres, con una astuta exégesis jugada y resueltamente comprometida, haciendo coincidir, trazando habilidosas analogías de un buen número de citas bíblicas con los manifiestos fundacionales de la organización, han logrado resolver.
En él, exento por completo, de la culpa dictaminada por la palabra de Dios, solo va a quedar el reflujo de una ligera molestia en sus músculos, que se tensionaran y destensionarán, en la vigilia tanto como en el sueño, haciendolo moverse en su cama por unas noches, un resto de violencia meramente humana azotandolo por unos días, la vibración------ y ------------ que el poder que otorga el hecho de matar y que se instala - desprovisto de antídotos rápidos- en buena parte del cuerpo, cuando el que la lleva a cabo es un alma sensible, claro y no un ogro o un verdugo de piel inconmovible. Otra muesca rabiosa que se anotará en su sangre, sumando, en una contabilidad luctuosa y -------- una muerte más y un par de noches de pesadillas con muertos vivos incluidos en el elenco que ya sabe, de alguna manera,-como un avatar más que le impuso la labor revolucionaria- el modo de controlar, puesto que ya ha sufrido la ocasión de experimentarla y porque sabe que bajo la insignia de los grandes ideales, que bajo su manto sagrado de promoción de la justicia y la igualdad, caben todas la culpas y todos los excesos, toda las culpas de exoneran con rapidez.
A preferido, realizar la misión a solas, así se lo a comunicado a parte de la conducción que aún permanece en el país y que actúa como nexo coordinante entre la cúpula dirigencial y ellos, los últimos camboyanos, podría definirse Eros en un arrebato de ironía, aunque no exenta esta del garboso plumaje de fuego de los que apetecen, sin regatear por nada algo por debajo,las instancias indescriptibles de la gloria. Preferiría no involucrar a nadie más en esta jugada, a la que ha calificado sino de sencilla, si de simple, apta para ser satisfecha con sus solas capacidades- pero por ahora, Eros no tiene la autonomía necesaria para decidir nada, y antes de llegar a ese punto en Libertador, a esa intersección de calles donde deberá esperar por su objetivo tendrá que pasar a recoger al compañero que le han asignado, alguien que como él ha regresado hace poco al país desde algún punto geografico distante de la escena local como México, Italia o vaya a saber donde y que como él ha sido asignado a una de las tareas de desestabilización de la dictadura que ya ha cumplido o deberá cumplir en breve-
Allí lo está esperando, a la hora señalada, junto a la base enorme de aquel palo borracho tachonado de espinas. En un segundo, con un movimiento rápido de su cuerpo, está dentro del auto. La contraseña es clara y no existen dudas de que es el hombre a quien debía recoger. El muchacho se presenta como Luis a secas, tiene el rostro como picado de viruela y sus ojos negros denotan cierta sagacidad pero también responden a un alto grado de hundimiento de sus zonas emotivas, le dice que lleva con él un par de larga vistas, que supone será de gran utilidad para lograr el objetivo. Eros duda si tal adminículo pueda ayudarlos en algo. No dice nada, pero prevé que no será para nada conveniente su utilización. Las distancias en las que desarrollarán la tarea son cortas, veinte, cuarenta, ochenta metros a lo sumo y piensa que, a esa hora por Libertador, alguien con tan ostensible aparato aplicado sobre los ojos, podría hacer fracasar en cualquier momento la operación. Señalándole la guantera, dice que lo guarde, que por ahora no lo van a necesitar, solo le pide que tome el control del volante y que una vez terminada la opereta gire en la primer bocacalle hacia la izquierda y tome a toda velocidad por el Bajo.
Desde hace unos minutos están estacionados frente al domicilio particular del capitán de navío. Si todo sale como han previsto los estudios realizados con antelación por los compañeros más avezados en estas cuestiones de logística e inteligencia, el hombre debería salir en un breve lapso de tiempo, a más tardar quince minutos, por la puerta principal del edificio en el que están concentrando todas sus energías mentales y físicas, debería transponer las columnas revestidas en mármol que sostienen el frente y echarse a andar a paso firme y despreocupado por la vereda hasta llegar a la confitería de la esquina, donde religiosamente todos los días bebe, con la sola compañía del barman, sus tres whiskeys antes de retornar de nuevo a su casa para cenar y luego salir para la Escuela de Mecánica a dirigir la sesiones de tortura que, según dicen, tanto disfruta.
Cuando el capitán asomó su cabeza por la puerta, Eros se contuvo, reprimió en pocos segundos la fuerza que se apoderó de el y que le indicaba acribillarlo, ahí en ese mismo instante. Estuvo a punto de dispararle a quemarropa, descargarle impulsiva y ensañadamente toda la munición sobre la silueta de su cabeza marcada por la mira de su pistola, apuntó sosteniendo su pistola con brazo firme y seguro mientras sentía la respiración agitada de Luis detrás suyo, pero la peligrosa proximidad del portero del edificio, un anciano menudo y calvo, que gesticulaba en forma ostentosa le hizo abortar el intento y esperar un instante más, Eros no quiso, no se permitió que el pobre portero quede expuesto a la posibilidad de impacto de alguna de sus balas.
Sin bajar el brazo un instante sigue a ese hombre por la línea imaginaria que traza con su mira, lo tiene allí, ahora sí, nada ni nadie va impedir que lo fusile, que sin la menor compasión ni el más mínimo miramiento le abra la cabeza como un melón con solo oprimir el gatillo, mentiríamos, si dijésemos que no hay, que no existe una verdadera especie de deleite oscuro en esa víspera, en esas exhalaciones fogosas de su respiración que tanto se parecen a las que emite cuando está en la intimidad con una mujer, no tiene tiempo en preocuparse y analizar esa relación erótica que le esta transmitiendo la proximidad de la muerte , puesto que su mente está enteramente ocupada en que su ojo trace esa línea perfecta sobre la mira y se pose sobre el cuerpo del cerdo, que en unos segundos ira a pasear por los limbos extraordinarios que suponen los ilusos y los estrambóticos, se esconden tras el frágil cortinado de la muerte. Hay un segundo en donde todo cambia, ese segundo que Eros ha invertido en asegurar su primer disparo. No es vacilación sino deseos de precisión, unas ganas inmensas de no fallar, y sobre todo, como si en eso le fuera verdaderamente la vida, de trasladar a cada una de las balas que escupirá con violencia y dedicado afán de dañar todo ese ímpetu de odio que lo embarga, ahí, -en ese segundo porque no insume mas tiempo que eso, en esa fracción de tiempo casi incontable y plenamente desafortunada- el señor de traje, el oficinista que pervivirá en su memoria como una carga maldita por el resto de su vida, se levanta del asiento de su auto que ha estacionado junto a la vereda interponiendo su cuerpo en el camino de la bala, ve la nuca del señor de traje empaparse de sangre y desaparecer contra el piso. Hay una gran oscilación de su brújula de sangre, de desatado descontrol en todo Eros. Ahora dispara directamente al bulto, sin medida, con el solo instinto caliente de la aproximación, enceguecido y jugado al solo azar de la dirección cada vez más errantes de sus balas. Sigue disparando su .38 desquiciado, intentando que esa cosa azul, cada vez más borrosa a sus ojos caiga contra el asfalto como lo ha hecho el pobre tipo en el piso. Todo se ha complicado sobremanera, el bulto azul que ya debería estar muerto no solo esta vivo sino que, -extrayendo un arma por debajo de su gabán- responde con balas, hace fuego criteriosamente contra su auto y una balacera indiscriminada cubre esa zona de la avenida. Luis no arranca el auto, no puede porque una de las balas del capitán, y que por lo visto y sin que Eros se percate a pasado a milímetros de su propio rostro, a atravesado su cuello, ha muerto instantáneamente sin emitir el más mínimo sonido. Abre la puerta y corre, mientras distribuye sus últimos disparos casi al azar, el Capitán se ha guarecido en el porche de uno de los edificios vecinos y ya no queda nada más que escapar, de correr, de salvar la vida. Sin embargo el fracaso que se comienza a instalar en todo su cuerpo no recibiría con dolor alguna que otra esquirla, algo mortalmente sólido que lo elimine que de una buena vez lo desintegre. Sigue corriendo, ahora con el rostro del capitán vivamente en su mente, el verdadero rostro del capitán ese que por un momento se soltó con nitidez asombrosa y espeluznante de ese bulto azul y lo miró fijo mientras se disparaban mutuamente , con restos de azoramiento pero también aceptando con fiereza el duelo a que lo habían instado.
Nadie se lo a comunicado, digamos, oficialmente, pero Eros empieza a caer en la cuenta, mientras deambula como un ente por las inmediaciones de una zona donde hasta el ladrido de un perro puede transformarse en algo de máximo peligro, que todo ha terminado, que la avanzada de la organización hubo proyectado sobre el gobierno militar a llegado a su fin casi sin poder comenzarse a desarrollare como todos tenian previsto. La posición desubicada en la que ha quedado expuesto se lo expone sin prerrogativa alguna como símbolo extraoficial de una derrota consumada. En el fracaso de su acción ve miles de derrotas.
Lo esperan días terribles subiendo y bajando de colectivos sin poder pisar la ciudad, temiendo que a cada instante vengan por él, luchando no solo con estás increíbles bestias ocultas sino con el peor de sus enemigos , él mismo. Cinco días abordando y descendiendo de los ómnibus, alimentándose, con turrones y garrapiñadas que algún vendedor ambulante a ofrecido dentro del mismo. Mirando una ciudad esquiva, un ciudad que ya sabe lejos, como una mujer que se le escapa de los brazos con gesto de desdén o mejor dicho, puesto que es mucho más crudo que esto último del modo de una madre que echa a patadas a su hijo de la casa.

Capítulo 18:Volver siempre volver (rewind)


Hay que matar el tiempo, piensa Eros, hay que esperar el día. Un vuelo de Iberia lo llevará de nuevo en territorio argentino, no bien, los compañeros encargados de ello y que en este momento deberán estar cruzando la frontera francesa terminen de gestionar la documentación falsa mientras tanto, -tomandose muy a pecho esto de matar el tiempo, de neutralizar por medio de acciones abstractas y masivas ese tipo de inquietud que intenta ganarle al ritmo inexpugnable de las horas- ha decidido contar por tercera vez los ladrillos, que los años han ido despojando de pintura y dejado casi al descubierto, volviendo a percibirse su rojizo color original y que dispuestos en forma ascentente componen el techo de esta sucia pensión de Barcelona. En la pequeña cama, donde yace acostado desde hace unas horas, ha liquidado el segundo atado de cigarrillos del día, impregnando de un fuerte olor a tabaco negro la exigua e incómoda habitación de la calle San Ignacio. Siente ganas de volver a fumar, de matizar su ansiedad con el denso humo de los Gitane que ha conseguido hace unos días en una feria del bajo, sus manos sudan al igual que sus pies. Extiende un plano imaginario de esa parte de la ciudad ante la mirada tensa de su mente y evalúa lo displicente y peligroso que podría ser salir a esta hora de la tarde a la calle. Desde hace un mes largo sabe, se lo han informado y los ha visto él con sus propios ojos, que agentes argentinos y españoles colaboradores estrechos de la dictadura infectan la mayor parte de las calles de Barcelona, camuflados bajo apariencias de turistas ocasionales, -aunque para Eros no haya ya disfraz que valga puesto que ya es un especialista en detectar cierto recorte en el bigote así también como el aura pútrida de los sicarios- andan a la caza de lo que sospechan los últimos eslabones de la organización dispersos por el mundo, por eso prefiere resguardarse dentro de las cuatro paredes de la pensión y no salir para nada que no sea lo absolutamente indispensable. Acerca el encendedor casi hasta los labios, siente el calor que casi lo quema y trata de extraerle una última pitada a esa colilla que hasta hace unos segundos se encontraba abollada dentro del cenicero. Un delgado hilo de humo se desprende de su boca. Repite la misma operación con las otras tres colillas que quedan en el cenicero. Con la sensación de haber calmado sus ganas de fumar apoya su espalda contra el colchón y toma de dentro de su valija, alojada al costado de la cama, las fotos que en Beirut le ha entregado la comandancia. Un foco despojado de cualquier tipo de pantalla ilumina el rostro de un hombre extraño, su muñeca se mueve buscando que los reflejos de la luz no restallen directamente contra la imagen impidiendo que pueda visualizar en forma nítida la fotografía. Una de las fotografías del capitán de navío. El hombre asignado para que él, Eros, ubique y elimine, de la forma en que sea posible, en el plazo de una semana, cuenta regresiva que comenzará a correr una vez que su cuerpo aterrice de nuevo en el país.
Eros estudia con el detenimiento desmedido de un cartógrafo o con el odio milimétrico de un psicópata el rostro de lo que será su futura víctima. Desde que ha llegado a España y ha hecho de la pensión su guarida y su bunker operativo se ha impuesto la minuciosa labor de estudiar a fondo esas fotos de dos a tres horas por día. De a poco ha ido grabando dentro suyo todo lo que le interesa de ese hombre, toda la información que ayudará a que una vez localizado pueda sacarlo rápidamente del camino. Primero su fisonomía general, ese contorno de ave de rapiña, que intuye -los informes no lo aclaran- debe pertenecer a un hombre de aproximadamente 1, 80 de estatura, flaco y de porte atlético, para luego pasar a un estudio detallado de cada una de sus facciones. Sí, quisiera que nada de ese cerdo se escape de la red que con diversos materiales está tramando, como si llegado el momento de ejecutarlo, tambien ejecutara con violencia cada uno de esos mínimos detalles que lo componen. Busca dentro de la valija otra de la fotos, aquella en que el tipo aparece de perfil rodeado de todos sus camaradas y sus respectivas esposas por lo que deduce por ello y por las extensas mesas con lujosos manteles y el uniforme blanco de gala que ha sido tomada durante una cena protocolar de la fuerza, el capitán de navío se encuentra brindando con un superior. Por los rostros recargados de un latente cinismo es de las fotos la que más enciende sus motores destructivos, la que del modo de un filósofo en la fase ascendente de sus teorizaciones lo hace levantarse abruptamente de la cama y rondar por la pieza con paso firme pero agitado, caminar por todo el contorno de su cama y volver, mientras imagina, -en el super ocho sanguinolento de su mente- la aleación metálica sus balas perforandolo, haciendolo mierda, con diversas escenificaciones: en plena calle, en la entrada de una galería, en una plaza pública, en un estacionamiento, en el balcón del edificio donde vive, a la salida de un banco, donde carajo sea, pero por todos los putos dioses que sea.

Eros sabe que el paso que está por dar, no esta permitido por los nuevos protocolos que la comandancia de una forma u otra a dado a conocer. Que le han recalcado en más de una oportunidad que por nada del mundo debe salirse de los carrilles que han prediseñado para su operación, que por nada del mundo debe volver a pisar los lugares conocidos puesto que ya se han convertido en espacios efectivamente copados por la inteligencia del Estado. Pero Eros no ha podido, no ha resistido estar guardado, en ese sótano de Villa Devoto, sabiendo que un taxi, en quince minutos a más tardar, lo llevaría a la casa de su madre, allí donde sus hermanos menores- a los que no ve desde hace dos años- estarán concluyendo sus tareas escolares y donde su padre rondará de un lado a otro de la casa, insomne y trasnochado, tocandose compulsivamente y cada vez con más frecuencia el lóbulo de su oreja derecha- con la radio portátil en la mano alternando audiciones deportiva con noticieros donde seguramente espera, -como si la voces que surgen de la pequeña radio fueran la voces de un ágora moderno para hombres desesperados …….- dilucidar el futuro de su hijo mayor y del país; si así en ese orden.
El rostro de Maria Elena, se enciende de rubores vertiginosos y sus facciones se conmueven de forma tal que a Eros le cuesta reconocer la cara de su madre en ese absceso de expresividad tan característico de las mujeres nacidas en la Baja Italia y que Eros de algún modo pero nunca de esta tan desmesurada ha visto a lo largo de su estancia en su casa natal, a transformado por completo el rostro de su madre. El abrazo en que madre e hijo se estrechan bajo el alero de la galería y entrelazados en la manga de algunas camisas que se secan en el tendal, es interminable. Nadie exageraría si lo calificara de infinito, tan interminable e infinito como el silencio que los embarga y los rodea. Apenas unos sollozos contenidos que cada uno siente en su oreja y donde se fueran vertiendo como un turbulento río de impresiones, lo sucedido en todos estos últimos años tardan mucho tiempo en dirigirse la palabra, de emitir algún sonido, que no sean los pequeños sollozos de los dos y el ruido de los besos que se estampan mutuamente. Juan Carlos los mira sin poder acercarse, manteniendo esa distancia de varios metros y diciendo con voz soterrada y entre dientes, inmensamente conmovida y emocionada, El Eros, carajo, el Eros, como si a través de la visión real de su hijo, de ese cuerpo presente bajo la galería, inmanente y tangible, trepidante y sudoroso constatará de forma plena, completa y solo así su integridad física, como si le dijera iracundo a otra parte del él mismo, esa zona fatalista y real, viste que está vivo, vivito y coleando, la puta madre que te parió.
Hacía mucho que Eros no mojaba el pan con tanta fruición en un plato, que no extraía del fondo de un plato más que aceites requemados con trozos ajo carbonizados de las tascas gallegas, por eso barre con la miga del pan del borde de todos el plato siguiendo el rumbo de los barquitos azules igual que en su niñez todo ese delicado aceite anaranjado de la salsa bolognesa que ha preparado su madre y que considera un material precioso como un diamante, no, más que eso.
Su madre le pregunta cuando lo volverá a ver, Eros levantandose el cierre de su campera de cuero negra y mirando hacia el cielo, le dice que pronto, pronto vieja, pronto.
Eros, como había acordado, ya ha establecido su primer contacto. La cita es en un bar lo suficientemente escondido un poco mas allá de la vieja recoba del Once. Cortado mediante el Flaco Obdulio solo ha hecho correr un sobre de papel madera por un costado de la mesa, eso ha sido todo. Apenas si han hablado de otra cosa que no se lo estrictamente relacionado con la operación que están por poner en marcha. El Flaco Obdulio amaga con marcharse, sabe que este tipo de citas tienen que ser obligadamente fugaces y expeditivas, a fin de evitar cualquier tipo de sospechas. Pero Eros lo retiene unos minutos más pide otra vuelta de cortado y ve como el rostro de Obdulio adquiere las tensiones de un sujeto presa de la más cruda de las paranoias. Eros siente como le crecen ojos hasta en la nuca. Intenta calmarlo diciéndole que es solo unos segundos, unas pocas preguntas.
Solo la información terrible, el dato imposible de modificar que el Flaco Obdulio da con un gesto negativo de su cabeza por cada uno de los nombres que Eros, desde una lista que parece surgir desde lo más profundo de su corazón, pronuncia cada vez con más temor, cada vez con más miedo de que su compañero siga, con ese movimiento negativo de su cabeza gacha hacia un costado y hacia otro- como la página de avisos fúnebres poniendole cruces a los nombres de tantos conocidos. Marcos y Silvia pregunta, y antes de que el Flaco de su parte Eros se pregunta ahora para sí, si esta bien conmoverse de la forma en que lo está haciendo por cada uno de los compañeros caídos, si como espíritu militarizado, como hombre alzado en armas y como decía el General no hay que ponerle distancia y frialdad a todo lo concerniente a la muerte, si no es ley que en la batalla vayan quedando compañeros caídos por las balas enemigas. ¿Pero hasta que punto esto es una guerra? Se lo quisiera preguntar al Flaco Obdulio que es el único que tiene a mano, pero prefiere dejar la respuesta vacante, sujeta al devenir de la historia y a las interpretaciones que el pueblo le dará en un futuro próximo. Por ahora no puede sino hacer un hueco en su interior para que los estallidos de dolor no lo desborden, no lo arrastren como un huracán hacia el centro de una necrópolis situada en su propia piel. Demasiado para el corazón veinteañero de Eros, que cruzando con paso furtivo Pueyrredón parece ir desvaneciéndose en el aire, desintegrándose poco a poco con el fluido ácido de la desesperación. Sólo al tocar con su mano la puerta del coche que le han destinado, un Citroen blanco bastante averiado, vuelve en sí, se da cuenta que debe activarse, volverse como le han pedido en más de una ocasión una maquina fría de matar, dejar la emociones de lado, ensamblarse bajo la cota de malla de un guerrero solitario, sumirse a la instrucciones como nunca lo ha hecho en su vida. Y así lo hará Eros, así arrancará el auto y se dirigirá otra vez a su cueva de Villa Devoto, mirando uno de los mapas que le ha proporcionado el Flaco Obdulio dentro del sobre de papel madera y donde marcado con fibras de distintos colores le indica las zonas donde supone, (tenes que tener en cuenta que estos turros cambian todos los días de posiciones le ha advertido al darselo), hay menos retenes. Menos peligro de que lo paren y lo identifiquen. Mientras maneja, con su mano libre saca los croquis que le han entregado y los despliega sobre el asiento del acompañante, mete cambios y vuelve con su mano a esos papeles, ansioso, observa los papeles que dan cuenta de los recorridos habituales, los movimientos cotidianos, del Capitán de navio, esos trazos con fibra roja que la conducción que todavía permanece en el país a confeccionado para que se guie en su tarea.
Hay odio, temor y excitación, deseos de venganza y voluntad de cernirse a la disciplina que la organización solicita, todo esto como en una coctelera se sacude en el interior de el joven Eros. En el fondo del sobre a descubierto una cápsulas de gran tamaño, como si fueran de un potente antibiótico, esos que el estomago tarda en asimilar produciendo dolor, pero estas cápsulas, que ve por primera vez, son las que la comandancia a decidido que deben utilizar en caso de peligro extremo, en caso de verse perdidos. Hay un instrucctivo impreso por la organización que el vio circular en algun momento, indica en que casos debe morderse la pastilla, que con anterioridad debe estar dispuesta sobre uno de los molares, el efecto es casi instantaneo. Las sopesa con su mano mira su color amarillento, deja el volante un segundo y abre la ventanilla, por allí las arroja con fuerza.

Capítulo 17: Palpitar


Sabe que es silencio. Que es esa llanura colmada de arena lo que necesita en estás horas. Un desierto invencible a los sonidos, exento por completo de las tramas que se van tejiendo con cada uno de los aprontes de las voces humanas o de los ecos de los mismos objetos inmateriales que se desparraman en todo el entorno de lo cotidiano en el Hogar y que constantemente interfieren en el hilo de su pensamiento haciendo que su concentración no alcance a desarrollar toda la capacidad que el siente está obligado a desplegar en estás horas. Su voracidad de silencio, la necesidad de no ver importunados sus pensamientos por el más mínimo obstaculo es, piensa en esta horas, el abono necesario para que se pueda constituir en su interior, como una pequeña finca o mejor dicho como una cebolla, el númen de una creación casi perfecta.
Eros ha preferido una vez más, -como en los días aciagos, desde que está en el Hogar, y en que la desdicha lo enfrenta, sin piedad, cara a cara y tras vencerlo con su rictus de horror no le deja más posibilidades que habitar su propio desierto de mutismo y su desolada y melancólica rapsodia de contemplación- , transitar los senderos del lado oeste del majestuoso parque del Sainte Claire, ahí donde la vegetación, la polifacética espesura de verdes se multiplica en árboles que parecen transmitir sino algo de paz o sosiego, de elevada indiferencia sagrada. Es invierno y las bajas temperaturas ya han comenzado a instalar en el ambiente su marca, sus manifestaciones son verdaderamente ostensibles como si un enorme trozo de hielo polar estuviera aproximandose desde algún lugar remoto y nada podría controlar sus ecos blancos de agresivo y desalmado frio. Eros contempla la madera de los alerces, la corteza plana y reluciente de sus troncos. Ha desacelerado el vértigo nervioso y algo prepotente con que viene conduciendo su silla desde que a decidió salir de hall del Hogar para venir a aclarar sus ideas y ventilar sus propias espesuras en las intensidades del frío. Clava los frenos con el pulgar derecho sobre el tablero de control y de manera abrupta se detiene, se dejar estar en ese resplandor caoba que destella en los troncos y que el frío parece darle una consistencia más dura y resistente, de la que realmente tienen estos viejos árboles. El viejo Eros ha preferido el fragor helado de la intemperie y esta llovizna apenas perceptible, -que solo puede ver, puede percibir como ínfimas saetas de agua aguzando sus ojos por los caminos oblicuos de luz y tornasol que marcan los huecos de las plantas- al calor artificial que brota del sistema de calefacción del Hogar, que parecía, hasta el momento en que haciendo caso omiso a los consejos de Nitti de que se quede adentro salió al parque, querer ahogarlo y hundirlo en un falso confort donde las coordenadas que su dolor ordena en razón candente y la planificación de su futuro próximo tienden a buscar coartadas donde todo se volvería una masa amorfa propia de la cobardía y la pusilanimidad
Ha dejado su gamulán abierto a la altura del pecho, buscando que la baja temperatura disuelva los nudos nerviosos ,que desde el momento en que ha revelado la verdadera identidad de Adolfo, han trepado a su cuello y prometen hora tras hora hacerle estallar las tensionadas arterias. Ha intentado disolverlo por medio de algunas cápsulas miorrelajante que guardan en el botiquín de su pieza . Pero solo a logrado lo que llaman un efecto rebote haciendo que por ejemplo su aorta se infle como el buche de un sapo. Tambien a probado, sin efecto alguno, con unas barritas de azufre que le ha acercado Nitti. Por eso desafía, en cuerpo y alma esta tarde fria, por eso aprovecha este tiempo para ver de que modo va a encarar y resolver el enorme dilema humano en que se encuentra y al que si bien ya sabe que final le va a dar -nunca ha vacilado al respecto-, no sabe de que modo y cuando. Eros sabe que la logistica, -la problemática que en este momento lo embarga-, es- aunque los miserables mandarines de la global tendencies lo hayan elevado a una categoria suprema- el plano más superficial de toda operación, por eso lo desespera no poder hallar rápidamente los medios y las decisiones, para llevar a cabo lo que esta seguro va a hacer. Pasa del conglomerado de alerces a un macizo más concentrado de verdes, coníferas enanas, que son la únicas que en plena estacíón invernal pueden hacer surgir de sus ramas algunos verdes encendidos . Junto a ellas se deposita, mira el cielo que como una cáscara iluminada va cediendo a los embates de las nubes grises. Respira buscando serenidad, tiene muy en cuenta este factor, sabe que el esforzado control que ejerce sobre su sistema emotivo esos enormes diques de contencion que a logrado construir a fuerza de replegar sus instintos primarios lo ha salvado de eliminar a Adolfo, la misma noche en que por enorme desgracia, si, no podria calificarlo de otro modo, se enteró del verdadero nombre de su amigo. Lo ha salvado, debieramos decir, de cometer un asesinato salvaje y escandaloso en plena cena aniversario del Sainte Claire, cuando centenares de persona habían colmado la sala central, que habría sucedido si después de lo que dijo Adolfo ante la visión de los dueños del Hogar, todo su personal y los familiares de cada uno de los allí internados se hubiera lanzado como una bestia enceguecida, de silla a silla, sobre su compañero, tomando, si, tomando el mismo cuchillo con el que antes , si años antes se intentó suicidar y hundirlo con todo lo que den sus fuerzas en el corazón de Adolfo , que hubiera sucedido tal vez no hubiese estado tan mal, no? Aprovechar ese instante de odio supremo con que lo colmo la respuesta de Adolfo, haberse dejado deslizar por esa pendiente de indignación que lo depositaban en un extasis de vértigo en las puertas de un crimen, que sin embargo el no concebía para nada como crimen y que ha esta altura en realidad poco le importaba la calificacción procesal que le podrían dar, mas bien estaba pendiente de poder llevar a cabo sea donde sea lo que , de repente y por fin encontraba su denominación indicada, su venganza.
Acomoda su mano bajo su mentón mira con crudeza un punto abstracto en el verde de la coníferas enanas. Sus pulsaciones parecen ir al mismo ritmo ahora que en el momento en que la voz de Adolfo, pronuncio tales palabras, dictaminó si se quiere, si es que ya no lo había hecho el propio eros con solo leer su nombre en el documento y nada más hubiera precisado, su propia muerte.
Eros había estado buscando la confirmación de que todo lo revelado en esa tarde sea realmente lo que el pensaba por eso es que busco con su mirada a una de las autoridades de Sainte Claire, una anciana de edad similar a la de él, no tuvo demasiado para elegir entre dos, eligió a la que estaba más cerca, una viejita con que portaba con orgullo el rostro fruncido por mil arrugas, comenzó a mirarla con un teatral interes hasta que Adolfo le pregunto que es lo que la atraía de esa mujer. Eros simulando un feroz encono le dijo que era una vergüenza que esa mujer, que el había conocido en su juventud, y que desde siempre había militado y abogado por los subversivos, sea la tesorera del Hogar donde viven . El rostro de Adolfo se volvió hacia la señora como eyectado por un resorte mecánico instalado dentro de su cuello, no pudo impedir, desaforarse, introducirle sus viejos y afilados ojos como dos escalpelos en todo su cuerpo, hasta que comenzó a asentir , moviendo su mentón con rapidez, de arriba hacia abajo y diciendole a Eros mientras lo tomaba del hombro y le acercaba su voz al oído. No te preocupes ni te aflijas hermano, alguno que otro se me escapó, pero sabes la cantidad de estos mierdas que hice cagar durante toda mi vida.

Capítulo 16: En el Líbano (rewind)


Lo primero que les enseñó Rashid no bien llegaron al campamento a fue distinguir el zumbido de los distintos aviones que como aves malignas y extraordinarias, como apariciones fantasmales y constante amenaza, surcaban el cielo bajo del Lïbano. Los Alfa-D sirios a diferencia de los portentosos bombarderos israelíes, provocaban en el aire un corte, un desgarramiento más pronunciado y agudo debido a su velocidad y a la baja altitud con que circulaban por el aire produciendo un chillido como de insecto gigante, los bombarderos en cambio, sonaban - según la onomatopeya que ejecutaba tapandose a medias su boca con una de sus manos el capitán del ejercito libanés - como las reverberaciones de una indómita tormenta de verano. En este segundo caso- agachandose y levantando una enormes compuertas de chapa del piso- les mostró los refugios antiaéreos a los que se debian dirigir no bien desde la base de control se impartiera la voz de alarma.
Eros, ni ninguno de sus compañeros, se pregunto más nada al respecto, tomaron con naturalidad las lecciones de Rashid, que les enseñaba estas cosas referentes a la supervivencia cotidiana en estos campos oscuros y desolados, a orillas del Mediterráneo.
El mal francés con que se comunicaban y que por instantes se transformaba pese a la rudeza-------con que se pronunciaban las palabras en un hilarante cocoliche infantil dejaba que muchas cosas, por ahora, fueran irremediablemente incomprensibles, como ya lo eran demasiadas cosas en ese momento , para todos ellos. Sin embargo campeaba un espíritu de abnegación y de entrega en cada uno de los duros entrenamientos a los que se sometían a diario. Eros pensó varias veces, en los veinte días que pasó en la afueras de Beirut, que una vez llegados a Buenos Aires, las cosas cambiarian radicalmente, por una buena vez y debido al incesante perfeccionamiento militar que estaban llevando a cabo, serían capaces de realizar los distintos tipos de operaciones que le permitirían ir, poco a poco, debilitando al gobierno dictatorial y que precisamente a causa de ello, el pueblo mostraría una adhesión inmediata y activa que culminarian, no quedaban muchas dudas acerca de esto, en la victoria definitiva del campo popular y nacional, sobre la oligarquía cipaya.
En los intervalos de descanso, mirando el horizonte oscuro que se perdía más allá del continente asiático, Eros evaluaba estas cosas y algunas más, como por ejemplo la delicada red de filosas y profundas autoobservaciones de sus mecanismos psiquicos en torno a lo meramente pasional, que no obstante su fuerte poder de autocritica para encaminar su disciplina, le costaba controlar -como si intentara aquietar un elemento revulsivo, viscoso y eléctrico -al menos en lo que hacía al orden sus pensamientos.
Sabía que “eso” en lo que pensaba una y otra vez no era el objetivo verdadero y cabal al cual debía disponerse y entregarse, que la organización a la que él respondía iba detrás de un gran objetivo político y militar;y por nada del mundo el Eros Ross, debía dejarse llevar por cuestiones personales, ni amores , ni odios, nada que fuera de pertenencia exclusiva al ámbito de su individualidad, que nada o poco tenían que ver con el cuerpo común de la Idea. Eso que corría por su sangre, esos espolones de rencor, el dolor reactivo que recorria y se internalizada en todo su cuerpo y que ya había adquirido una voz que rogaba en su interior por la posibilidad de estar frente a frente a esos hijos de puta responsables directos de la tortura y muerte de tantos compañeros y compañeras queridos y amados, respetados y admirados, de los cuales todavía siente, aún enese rincón extraviado del planeta, su presencia tutelar, sus impulsos bravíos y toda la articulación de belleza de su juventud y de sus pensamientos, debía ser desterrado de su ser, no se debía dejar llevar por este tipo de pulsiones, por nada, solo tenía que disciplinadamente sumirse a la indicativas de sus superiores que lo requerian como un frío operario de la muerte, una de la tantas piezas del tan mentado plan de contraofensiva, donde en un breve lapso de tiempo sería designado, al igual que cada uno de sus compañeros, para una tarea específica, que debería cumplir con la exactitud de un reloj para la realización integral de la estrategia que de un momento a otro estaban por lanzar.
Después vinieron la maniobras en conjunto, a Eros le tocó formar equipo de trabajo con el Riojano. En un primer turno, -luego de recibir las instrucciones de Rashid y de su asistente que iba tratando de llevar con su mano a una pizarra, de modo gráfico lo que Rashid iba diciendo- a bordo de un auto - un Fiat de modelo desconocido-debian sortear tanques de doscientos litros, en zigzag. Eros conducía mientras el Riojano emergía de los asientos traseros y disparaba, asomando apenas el caño del fusil por la ventanilla, sobre objetivos marcados con pintura roja, muñecos de tamaño natural rellenos de arena y botellas colocadas por los soldados libaneses en distintos lugares de la miniciudad, de ese largo callejón cruzado por uno menos ancho y rodeado por distintos tipos de edificaciones que intentaban semejar el ámbito urbano de las grandes ciudades.
Mientras , con elegante prestancia como si fuera un viejo piloto de F1, terminaba de eludir los últimos tanques y veia a Rashid hacer gestos de aprobación con su brazo derecho Eros pensó que tan importantes en el plano de la conformación de su conciencia revolucionaria como los variados textos que hicieron que confluyera allí donde estaba parado ahora, desde los libros del General y del Che, hasta los versos de Neruda y Martí pasando por los encendidos escritos que la organización difundía a través de sus distintas publicacione, algunas picardías y no tan fútiles horas de la infancia como aquellas en que junto a su hermano menor, aprovechando la larga siesta de los domingos robaban el Ford del abuelo y junto iban , con la cabeza apenas asomando por el parabrisa, hasta la orilla el río y las miles de películas de acción, vistas tanto en el cine como en la primera televisión que tuvieron en su casa, tambien en estos momentos aportaban una experiencia inimaginable, transformandose en guias modélicas de su ahora imprescindible plano de lo práctico. También lo que desde hacía algun tiempo, era contemplado por Eros como la escoria de la formación burguesa, la importación de una mirada desnacionalizada y yanqui del mundo, esas odiosas peliculas de tiros y tiros, de persecuciones policales y colisiones, eso también contribuia de gran forma a la causa y esto no dejaba de parecerle por demas de paradójico. Aunque en este monemto de descanso no tenía tiempo de comentarlo ni con Rioja ni con Pamela, ni con ninguno de los libaneses que una vez concluidas las acciones, se retiraban a hablar entre ellos como si los estuvieran evaluando.
Cuando la noche comenzaba a envolverlo todo con su mantu oscuro, se reunían todos en una de las carpas que tenian asignadas, alli cerca de una enormes plantaciones de bananas. Enormes bananeros alineados sobre prolijos surcos, profundizaban el marco exotico del lugar. Rioja tubo tiempo de aflojar un poco la tensión y decidió a ir a dar un paseo. Contó después que no bien se internó entre los bananeros y encendió un cigarrillo, dos libaneses cayeron sobre el como dos leopardos y lo reprendieron hasta casi hacerlo llorar. Hacian hincapie, sobretodo, en su irresponsabilidad, en como había puesto en peligro a todos encendiendo un cigarrillo en la noche, habiendo sido advertido que los cazas israelíes eran capaces, debido a sus potentes radares satelitales de detectarlos en cualquier momento.
Pamela hunde sus ojos en lo más recóndito de sí misma, parece ciega a todo lo que la rodea y no sea su propio interior, Eros la contempla mientras mete su cuerpo en su bolsa de dormir, juntos han estado mirando el inmenso cielo que se extiende sobre el Mediterraneo, expandiendo sus sentidos hasta donde estos alcancen embriagandose de una buena dosis de libertad, ahí en la inconmensurable capota negra de la noche- Allí han hablado de amigos muertos, de sus sueños y alguno de los dos, en forma confesional, ha dejado deslizar la palabra venganza, que los dos suponen algo prohibido, algo que iria por fuera de la ferréa directiva de la organización, algo que solo ellos en forma solapada podrán llevar a cabo una vez vueltos al país- Los ojos de Pamela su miel delicada y dura no salen de el lago interno de sus pensamientos, Eros la contempla sin decirle nada, espera que sea ella la que muestre, sin que él se lo pida, los frutos de esa intensa introspección.
Las manos de ella se hunden en la tierra arenosa, le dice a Eros, que los pies de Jesús caminaron esas tierras, sus pies descalzos pisaron en su peregrinar juvenil, estas tierras, dice. Eros le toma los cabellos rubios que cuelga al lado de su rostro, piensa que tal vez, Pamela no se equivoque, que estan cerca de Jerusalen, cerca del Gólgota, que en verdad los pies de aquel hombre cruzaron estos lugares, buscando apoyo en hombres rudos y elementales para como ellos y a su misma edad organizar una revolución, con la diferencia- piensa Eros que aquel hombres había sido derrotado y ellos estaban a punto de comenzar con sus pequeñas y arteras acciones a constriuir la bases de un contundente triunfo popular. No puede compartir con Pamela, como no lo ha podido compartir con ninguno de sus compañeros desde que entro en la organización, el fuego místico que la apasiona. Sabe que ella es portadora de lo que llaman, una fe indestructible y que de nada valdría ponerse a perorar acerca de su consolidado materialismo, decirle por ejemplo que la materia se autogenera y que no existe ninguna incógnita detrás de este cascote que llamamos tierra ni tampoco más allá de esos otros gases y orbitas y mas y mas cascotes de luz, que llamamos galaxias, órbitas y estrellas, que no hay nada. Pero prefiere acompañar su trance, ser condescendiente con los mitos seculares de sus creencias, que en definitiva son los mismos que fundamentan a la organización a la que pertenecen. Juntos sacas las balas de sus fusiles y juntos sin decir nada, hacer tocar sus puntas sobre la tierra bendita, como si con ese acto, estuvieran dándole un plus extra, una bendición que hará que esas balas no fallen, que los salvaguarden a ellos y que contribuyan al éxito de esta próxima campaña militar.
Bajo un cielo enrojecido por los primeros albores y un viento húmedo al que ya se han ido acostumbrando, se levantan. En una mesa junto a las carpas los libaneses dejan, como todos los días desde que han llegado, los alimentos para el desayuno. Rioja ya esta hirviendo el arroz en una marmita y encendiendo otra hornalla donde cocerá, utilizando la grasa del mismo animal los pequeños y oscuros trozos de oveja con que completará la comida. En un plato, como siempre, quedarán los dátiles que a nadie, salvo a Eros, le gustan. Rashid le ha explicado que estos frutos disecados proporcionan un gran contenido energético al cuerpo y que son muy importantes para fortificarse en el entrenamiento de alto esfuerzo que están realizando, menos por esto que a dicho el libanés, que por que ese te vea ofendido por despreciar sus alimentos, Eros mastica los dátiles como chicle y concentra su cuerpo para la próximas horas donde sabe extremaran al máximo el entrenamiento militar. Pero Rashid llega con la buena nueva del día en su boca, con su impreciso francés les comunica que deben asearse y arreglarse con lo mejor que tengan porque al mediodía llegara a visitarlos la cúpula de la organización, sus mas encumbrados jefes llegaran en pocas horas para constatar que sus soldados esten prestos para lo que ellos con denodados esfuerzo han pergeñado, por el bien y la justicia de su país, allí en sus oficinas de trabajo en Roma.
El helicóptero levanta una polvareda interminable a todo su alrededor. Por un momento los treinta y pico de argentinos que esperan a su comandancia, no ven más que un torbellino espeso que parece no diluirse nunca como si sus comandante no quisieran dejar esa condición semifantasmal con que se han manejado desde que esto comenzó, como si la visión de sus cuerpos de sus plena y descubierta humanidad fueran a develar el carácter humano y no de semidioses que parece quisieran preservar.Ninguno de ellos los ha visto de cerca , solo los conocen por algunas escasas fotos y algunos como Eros recuerdan algo de sus rostros, entre las muchedumbres agitadas de un acto en un estadio de Villa Crespo.
Como en un film, primero aparecen la botas lustrosas, luego el uniforme azul y las boinas perfectamente calzadas. Todos miran y tratan de distinguir la proliferación de insignias que cubren el pecho y los hombres de aquellos hombres, de sus jefes; Muchos sienten algo de vergüenza por encontrarse tan desarrapados, apenas vestidos con unos mugroso pantalones de combate y una gruesas camisas de lona remendadas, pero hacen lo posible por sacar pecho en la formación alineada que Rashid a ordenado.
Eros mira a los ojos al comandante, le duele un poco que este y su lugarteniente, con todo lo que ha sucedido en los últimos tiempos no se acerque inmediatamente a ellos y no espera que se estrechen en un abrazo, pero si un saludo y un dialogo más cálido y cordial que esa distancia marcial con que los miran luego de llevarse los cuatro dedos a la sien como único saludo, que no logra comprender del todo-

Capítulo 15: Revelación fatal


Luego de introducir su mano, de memoria como siempre, buscando en el cajón de la mesa de luz la medicación oftalmológica para su amigo sus dedos han encontrado y extraído esas hojas desvencijadas y surcadas por mil arrugas y dobleces . Los ojos de Eros se clavan en el papel verdoso. Como dos flechas furibundas y bajo la tenue luz cenital del velador sus ojos parecen querer desafiar la tipografía de las letras, escarbar y remover, como si quisieran cambiar el curso de la tinta impresa. Hay raros movimientos en sus pupilas, el rojo de sus ojos es una animal estrábico lanzado a la locura el reflejo de una realidad que lo aturde y que quisiera por todos los medios cambiar, si esto fuera posible, si no estaría gráficamente determinado de forma tan clara en ese viejo documento de tapas verdes, en ese documento nacional de identidad, que Eros acerca a la lámpara sin poder creer lo que abruptamente ha comprobado, lo que forcejeando con la realidad dada impulsos de su voluntad tratan de volver inverosímil, trata de creer que ese documento forma parte de un mal sueño o de un efecto de alucinación y que ,sin embargo y sin remedio, fuera de todo posible error es un hecho de palpable y de definitiva constatación. Su respiración se agita cada vez más por un instante su sangre se niega a llegar al cerebro, haciendo que esta mala presión de su torrente sanguíneo lo desvanezca por unos segundos los entreguen a un desmayo nervioso, pero debe evitarlo, sabe que no puede ser encontrado, en estas circunstancias con ese documento en la mano y su cabeza apoyada contra la mesa de luz. Así que se aferra a una ráfaga de oxígeno, con esfuerzo y por medio de su boca lleva para adentro una bocanada gruesa de aire, que le otorgan algo de lucidez y frialdad, hacen que lentamente esta nueva realidad se comience a acomodar en algún rincón de su razón y como primer movimiento de una nueva etapa se empiece a retirar en forma mas que sigilosa, naturalmente de la pieza, que tome el frasco de colirio que le ha solicitado Nitti. Antes mira por última vez el documento, ese nombre escrito por la mano de algún empleado del registro civil que ahora , -que desde hace un rato se ha transformado en una bisagra para su vida, en un mojón que como la caída de Constantinopla o la Revolución Francesa han separado las etapas de la historia separará tajantemente un espacio de tiempo de otro, que ya esta creando una separación como, sin exagerar, la tierra se hubiera abierto, la tierra que forma el sustrato mental de Eros-, y esa foto que complementa para su enorme pesar, esa instantánea cuatro por cuatro a color que revela en todas sus formas el rostro de Adolfo, a los cuarenta y cinco años, los ojos achinados, las sienes achatadas hacia arriba, y la nariz de aguila, todavía conservaba algo de pelo tirado hacia atrás con fijador, el aire marcial, el halo de violencia potenciado por la fuerza de la plenitud de la edad adulta y que ahora solo ahora, solo hace unos minutos se da cuenta que es el hombre que buscó durante meses, el capitán de navío que el mismo en persona designado por el más alto jefe de su organización debería haber eliminado, borrado de la faz de la tierra,- así de contundentes fueron las palabras del comandante cuando le encomendó la tarea- y que nunca pudo hallar a tiro, a disposición de su energa, de sus granadas, de su trotyl o de su .38.
Eros es una mezcla indescriptible de tensión y de tristeza, vacila si encerrarse en el baño a gritar a llorar o hacer que su cabeza rebote con violencia contra la pared hasta que esta estalle y no quede nada , nada de este maldito mundo en pie o a tomar el rumbo de esa autopista interior que le promete una serenidad pérfida, una suave pista de hielo por donde desplazar los movimientos que ya se están gestando en su cuerpo, en esos trazos que ya van prefigurando un destino con pulso inclaudicable, aunque Eros apenas se percate de esto como si no pudiera superar una primera etapa de sorpresa que lo tiene congelado en sus percepciones que no lo dejan evolucionar, y que lo mantienen en un plano minimalista de interpretación del mundo donde solo juegan, por ahora, el nombre descubierto de Adolfo y una gigantesca pesadumbre y decepción , dos elementos que si bien como todo en este mundo viene conjugado a un largo entramado de cosas, en estos momentos conforman todo el horizonte mental de Eros, todo el desarrollo de su sensibilidad e inteligencia.
Apoya su mano en el picaporte del baño, siente todo el ácido lacrimógeno cubrirle desde el costado de sus ojos y la ebullición en el interior de su nariz de una punta de llanto, sin saberlo esta esperando el momento en que su realidad mental se acomode , se desplace hacia ese otro punto que, como dijimos, ya se ha configurado y que lo repondrá al menos de este nuevo shock emocional, aunque lo deposite en manos de toda una omnipotente fuerza vengadora.
Dentro del baño no llora no grita, con la cabeza estirada hacia atrás e inspirando fuerte trata de recomponerse, siente su vieja piel pintada de pecas octogenarias, sus venas soterradas en carne endurecida, temblar, surcarse de estrias de escalofríos, sus ojos en el espejo los asustan un poco, pero, pese a ello no conciende a todo los que la emotividad en primera instancia quiere que haga, sino que como puede se serena, como puede con sus manos temblorosas, metiendolas entre el cuello del pulover acomoda el documento de Adolfo en el bolsillo de su camisa y este es el primer paso que da en la dirección, que ya eligió deberá andar, el eje por donde deberá rotar los dias subsiguientes, buscando el espacio intertemporal que lo conecte a acciones del pasado que , si tuviera el modo de analizar concretamente, se daría cuenta que para él no existen, que sobre el vidrio inclinado del constante y irrevocable devenir ruedan los aconteciimientos sobre una misma línea, un mismo plano donde están unidas las primeras y las últimas coordenadas vitales, semejantes unas a otras y indisolublemente unidas como una concatenación férrea imposible de cortar.
Se lava la cara intentando borrar toda las marcas y secuelas que la revelación ha estampado en su rostro, toma abundante agua con sus dos manos y casi se la arroja contra sus ojos contra su nariz contra su boca, demora el tiempo, sabe que va a ser dificultoso salir del baño, tomar el pasillo que lo lleva al hall y encontrase con Adolfo, con ese Adolfo que ahora, a través de la documentación que ha encontrado en la mesa de luz sabe realmente quien es y que sospecha un oscuro azar a interpuesto en el camino final de su vida, como si buscara remediar, el gran estruendo de sus fracasos de juventud como si en forma reparadora llegara a continuar una lucha en donde, sabe, ahora, tiene todas las de ganar, claro si se sobrepone sobre todo a lo que le impedirá realizarlo.
Energías virtuales lo arrastran por el pasillo, fuerzas que se le han ido incorporando no sabe bien de donde, ánimos suplementarios que hacen que sea un ser presentable, que lo han sacado del hundimiento en que por momento parece sucumbir con el aliento suficiente para establecer un contacto con las demás personas que los rodean, Eros sospecha que un fluir del pasado, como si de una transfusión de sangre se tratara esta empujandolo hacia delante, que sin ese aventón le sería imposible seguir, retomar normalmente, lo que por ahora, va a ser la vida de siempre en el Sainte Claire. Le faltan pocos metros para llegar al hall para doblar el recodo donde termina el pasillo y que lo depositará de frente a las sillas de Adolfo y de Nitti, que si no se han aburrido continuarán con su partida de poker, es tan grande las ganas de evitar su mirada como las de mirarlo profundamente dictaminandole su muerte. Sabe que no deberá ceder a ninguna de las dos, que se deberá mantener firme y disimular todo rastro que el reciente hallazgo ha producido en él.

28.8.09

Capítulo 14: Un Blues para Glenda


A ninguno le importa pensar que Glenda, - es una de las posibilidades que cabe y cada uno en solitario aunque con levedad y en forma poco profunda ya ha sopesado- los ha utilizado para zafarse de Di Maggio, que la bella Glenda fue urdiendo una contumaz y efectiva estrategia para llevar a cabo un plan, que en definitiva no tenía otro fin que eliminar a un maldito hijo de perra que la estaba otra vez, comenzado a acosar, a maltratar y según Glenda que le había prometido una muerte lenta y tortuosa, un pequeño infierno a su medida en venganza por los disparos que ella le había efectuado sin demasiada suerte en el living de su casa en Austin antes de escapar, de convertirse en prófuga de la justicia norteamericana y de llegar a Sainte Claire con el nombre cambiado, con identidad falsa.
Ninguno de los tres va a saber nunca, si en verdad Glenda fue o es un ángel, un ser enviado desde otro lugar, un ente sexual dispuesto a enamorarlos a arracarles a fuerza de besos y de succiones toda la muerte contenida y depositada en sus cuerpos o si sólo fue una mujer desesperada que llevando a cabo un inteligente ardid supo hacer que tres hombres próximos a la muerte, perdidos en el sur del continente, despejen de su vida esa amenaza que estaba, en cualquier momento, por acabar con ella. A los tres les gusta sopesar esta primera posibilidad, salvo Nitti, ni Eros ni Adolfo, han sido jamas en sus vidas seres propensos a lo que llaman pensamiento mágico, más bien han sido duramente lógicos, mezquinamente racionales, aunque uno, se podría decir, llevado por años en la vertiente de una utopía romántica, a condescendido, por momentos y según los filósofos y sociólogos de moda, a movimientos irracionales de su ser ;y otro nunca a dejado de creer en el falso panteón de la sabiduría barrial, en su ancestral y oscuro vademecum apócrifo, desde santos populares y sus hechicerías de ruda y barritas de azufre a diversos modos de curaciones de orden esotérico, en mitos y supersticiones enraizados desde hace tiempo en el imaginario de las clases populares.
El viejo dibujante, que si se quiere, a sido, diríamos, el menos beneficiado por los encantos carnales de Glenda,- esto si arbitrariamente tomamos mas en cuenta el poder contrastante de la materia activa del amor y lo superponemos al del roce platónico que, pensandolo bien, en el caso de Nitti produciría un trance más denso que el de la propia sexualidad- es el que más insiste con la teoría, ahora que tratan de despejarse en los senderos más luminosos del parque, buscando las zonas menos clandestinas, como si estuvieran exponiendo a todos y sin que les importe nada, un claro dolor de forma oficial, vuelve a repetir que Glenda es un ángel que le cuesta creer que esté muerta, que seguramente, estará en una nueva misión en algún otro lugar del planeta, acercándoles a algún tipo de desangelados como ellos, un motivo de aliento un nuevo vértigo por el cual seguir viviendo con algo de alegría.
Eros va encendiendo cigarrillos cada vez con más frecuencia, mandando humo a sus pulmones con fuerza, haciendo caso omiso, a Adolfo que le ha dicho sencillamente, que pare la mano -y que han sido dentro de un estado general de mutismo las palabras más fuertes, la única expresión clara y definida desde que le han comunicado que Glenda T. murió en un accidente de autos en la autopista del Sur mientras venia a Sainte Claire - Eros dejando atrás una compacta nube de humo gris busca, adelantando con el acelerador su silla unos cuantos metros por delante de sus dos amigos, encontrarle la música, el cauce si se quiere literario, de mito o fábula, de cuento o epifanía, a la teoría del ángel con la que insiste Nitti.
La música es un blues, la voz de Tom Waits, la fábula parece escrita por el mejor Leonard Cohen o el más poetico Lou Reed, trata de una chica, que haciendose pasar por prostituta para cubrir su condición sobrenatural de ángel, desciende en distintas ciudades buscando a los hombres más heridos por los negros avatares del mundo ¿No?, para apaciguar su dolor; su sexo, su piel, el fulgor de sus ojos es la droga perfecta para estas almas torturadas, que nunca sabrán el motivo del advenimiento de esta santa del deseo, el precio definitivo que tienen que pagar es muy caro, el ángel vaginal desaparece siempre de forma trágica.
Eros imagina esa música, el blues contrabandea algunas notas de tango, algún arpegio celestial de Piazzola para dar la sensación de milagro urbano, está sumido en esta construcción, él que nunca compuso nada pero que siempre fue un escucha atento y devoto de los grandes poetas del rock se solaza, es la única forma que encuentra con los presupuestos ofrendados por ellos para imaginar su fábula canción.
Adolfo lo alcanza con su silla ubicandose a la par y sorprendiendolo en pleno canturreo desolado.
Eros advierte su cercanía a través de la sombra que este proyecta sobre su rostro y cesa de repente su improvisada estrofa final. La proximidad de su amigo irradia un repetido desorden pulsional, el cuerpo de Adolfo late de la misma forma que en la noche en que Lila se despacho con la funesta noticia del accidente, esas vibraciones conmovidas en toda su piel, que parecen descender de lo alto de un cúmulo de tristeza, dolor y hastío. Eros lo sabe porque juntos se abrazaron y lloraron como dos chicos inconsolables, en la oscuridad de la pieza, apretados como dos hermanos ante la muerte de la madre, sintiendo el corazón uno del otro, uno contra otro, como el latido agitado de un caballo moribundo, la intimidad del llanto de Adolfo cruzándole toda su línea de sensibilidad, la expansión incolora de su dolor llegando a su pecho de la misma forma en que la emanaciones turbulentas de su cuerpo emocionado llegarían a las zonas de percepción de Adolfo. Esa noche Nitti se acercó a sus dos amigos, se desplazó con su silla hasta quedar en medio de los dos y los cubrió con sus dos largos y flacos brazos tratando de alguna forma de calmarlos.
No quieren mirarse de frente, temen que sus miradas al cruzarse entren en un diálogo agudo que potenciara el dolor y alimentara el sufrimiento. Los ojos de Eros miran sin mirar el fondo de infinitos verdes del parque, Adolfo se pierde en un fractal de luces y ecos de sonidos ambiguos que surgen de los pájaros y de los árboles más próximos - caballos que tiran de un mismo carro, que evitan pasarle al otro más de su propio peso. Ninguno de los dos se atreve a confesar el intimo amor que sentían por Glenda, a ese sentimiento palpable y verdadero, que iba mucho más allá de los escarceos sexuales, de esa suerte de reerotización a la que los había guiado Glenda y que solo era una mínima parte de ese, ahora lo saben bien, otro paroxismo.
O sea que ahora son dos especies de viudos de la misma mujer. Comparten un luto inigualablemente dolorido. No saben bien como van a salir de esta, no lo saben y ese hilo de dolor que los atraviesa de lado a lado y que por un buen tiempo ,saben, apenas si los va a dejar respirar, se tensa cada vez más, haciendo que la angustia los tenga mudos, insomnes, marionetas, sombras espectrales de una tragedia inexplicable y aceleren, -después de beber cada uno un largo trago de la petaca de cogñac- sus sillas por el sendero central como si tuvieran la intención de seguir de largo y no detenerse nunca de terminar por estrellarse, de reventarse los sesos contra el macizo de tilos y fresnos que hay al final del camino, como si quisieran revivir el mismo vértigo final de Glenda conduciendo su automóvil por la autopista instantes antes de chocar contra los pilares que sostienen el puente, trasladarse en un viaje catastrófico y terminal al núcleo de la velocidad, a ese movimiento mortífero, y a ese estrépito de metal y motores en colisión, sobre todo, surcar un recorrido espacial que los una, en la experiencia revivida con algo de Glenda.
Antes de llegar, como si no pudieran haber ingresado a ninguna zona de contacto con el cuerpo de la mujer, deshauciados, desaceleran .