24.7.09

Capítulo 5: Espera


Según lo estipulado con anterioridad esta tarde, entre las cinco y las seis, debería venir Tardelli. Ya ha transcurrido exactamente un mes desde que realizó la última visita a su madre. Los dos, tanto Adolfo como Eros, están entregados a esa espera. Se han levantado más temprano de lo que habitualmente lo hacen con ánimo exaltado. Durante el desayuno, entre el humo vaporoso del café negro conversan exclusiva y largamente sobre el tema. Nitti los escucha callado sin intervenir en lo más mínimo. Adolfo le dice a Eros que conoció a Tardelli en el Sainte Claire mientras venía a visitar a su madre. Dice que enseguida le vio pinta de vago, de que el tipo podría encargarse de ciertas cosas que podrían palear, lo que en el Hogar estaba vedado.
-No se como aguanté tanto tiempo sin tomar nada- le comentaba Adolfo. No es lo mismo esa porquería de farmacia que no quieren dar para dormir, no señor, con perdón de Nitti que las tomaba, esas pastillas son para maricones o para mujeres.
Eros se da cuenta por que Adolfo ha estado todas estas últimas noches bebiendo coñac en la oscuridad.
-Tardelli tiene pinta de atorrante, de contrabandista de baja estofa, enseguida lo saqué. Con la excusa de que me interesaba por la salud de su madre me puse a charlar con él y en la segunda vez que tuvimos ocasión de hablar ya le estaba haciendo mi primer encargue.
Nitti miraba al suelo como si no compartiera nada de lo que Adolfo le cuenta a Eros.
-Al final resultó buen tipo Tardelli. Fiel y cumplidor. Aunque me cobre el vino el doble de los que sale en el hipermercado.
Eros comparte esa sonrisa socarrona de Adolfo y le pregunta a Nitti si alguna vez en su vida tomó.
-Solo sidra para las navidades- le responde con voz tenue pero firme Nitti.
Eros apura el último sorbo de café y le dice a Adolfo que va hasta la pieza a buscar el dinero para Tardelli
Supondríamos a esta altura, una vez consolidado el proceso definido de díada, tríada diríamos si contamos a Nitti, que tanto Adolfo como Eros, han abierto uno para otro las compuertas de su pasado, que tanto Eros como Adolfo han dejado ingresar al nuevo amigo en el recinto de la memoria donde anidan sus vidas, que el eje de complicidad y amistad que los mueve los ha llevado -en algunos de las días en que vienen conviviendo juntos- ha desandar esos caminos de la vivencia que van construyendo para el otro a la persona que establece contacto en el presente. Lo que habitualmente hacen dos personas que recién se conocen: contarse sus vidas pasadas. Por diversos medios ir reconstituyendo el fresco de sus días. Pero nada de eso ocurre en este caso, ninguno de los dos parece haber vivido antes del Sainte Claire, al menos no parecen haber transitado una vida comunicable. Los dos emplean el mismo método evasivo de los fantasmas, en algún momento crítico donde urge la descomposición hacia atrás de los hechos, donde es constitutivo de lo que se está diciendo una apoyatura en el pasado, una referencia de los que denominamos la experiencia, en ese momento los dos se visten del gris transparente de los fantasmas, se cubren de brumas y abren un impasse interrogativo que los dos aceptan sin ninguna duda evidente, como si hubieran sellado un pacto de caballeros con el cual los dos quisieran preservar un peligroso secreto y que implicaría, bajo toda circunstancia, el no retorno absoluto al lugar del de donde provienen, ese lugar tetanizado, sesgado y coincidentemente ruin para uno y desastroso para otro aunque los términos bien se podrian invertir, si en verdad hay algún tipo de diferencia entre ese sustrato de abstractas clasificaciones de la (cof!) (cof!), demolición.
Sus vidas, en este trecho de la existencia, en el spring final, han decidido adoptar el infatigable vértigo juvenil de avanzar, de ir solo para adelante sin mirar atrás, atropellando las formas que residen en las características obvias de sus edades. Por eso es que parecen en estos momentos dos pibes, tienen la excitación de dos pendejos comprando su primer bagullo de marihuana. Eros cuenta los billetes bajo la mesa, Adolfo y Nitti terminan con los últimos sorbos de café. Solo les queda esperar la llegada de Tardelli. Matar ese tiempo, paseando con sus sillas en el jardín o en el caso de Nitti tratando de darle el último toque de perfección a sus dibujos.

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