28.9.09

Capítulo 17: Palpitar


Sabe que es silencio. Que es esa llanura colmada de arena lo que necesita en estás horas. Un desierto invencible a los sonidos, exento por completo de las tramas que se van tejiendo con cada uno de los aprontes de las voces humanas o de los ecos de los mismos objetos inmateriales que se desparraman en todo el entorno de lo cotidiano en el Hogar y que constantemente interfieren en el hilo de su pensamiento haciendo que su concentración no alcance a desarrollar toda la capacidad que el siente está obligado a desplegar en estás horas. Su voracidad de silencio, la necesidad de no ver importunados sus pensamientos por el más mínimo obstaculo es, piensa en esta horas, el abono necesario para que se pueda constituir en su interior, como una pequeña finca o mejor dicho como una cebolla, el númen de una creación casi perfecta.
Eros ha preferido una vez más, -como en los días aciagos, desde que está en el Hogar, y en que la desdicha lo enfrenta, sin piedad, cara a cara y tras vencerlo con su rictus de horror no le deja más posibilidades que habitar su propio desierto de mutismo y su desolada y melancólica rapsodia de contemplación- , transitar los senderos del lado oeste del majestuoso parque del Sainte Claire, ahí donde la vegetación, la polifacética espesura de verdes se multiplica en árboles que parecen transmitir sino algo de paz o sosiego, de elevada indiferencia sagrada. Es invierno y las bajas temperaturas ya han comenzado a instalar en el ambiente su marca, sus manifestaciones son verdaderamente ostensibles como si un enorme trozo de hielo polar estuviera aproximandose desde algún lugar remoto y nada podría controlar sus ecos blancos de agresivo y desalmado frio. Eros contempla la madera de los alerces, la corteza plana y reluciente de sus troncos. Ha desacelerado el vértigo nervioso y algo prepotente con que viene conduciendo su silla desde que a decidió salir de hall del Hogar para venir a aclarar sus ideas y ventilar sus propias espesuras en las intensidades del frío. Clava los frenos con el pulgar derecho sobre el tablero de control y de manera abrupta se detiene, se dejar estar en ese resplandor caoba que destella en los troncos y que el frío parece darle una consistencia más dura y resistente, de la que realmente tienen estos viejos árboles. El viejo Eros ha preferido el fragor helado de la intemperie y esta llovizna apenas perceptible, -que solo puede ver, puede percibir como ínfimas saetas de agua aguzando sus ojos por los caminos oblicuos de luz y tornasol que marcan los huecos de las plantas- al calor artificial que brota del sistema de calefacción del Hogar, que parecía, hasta el momento en que haciendo caso omiso a los consejos de Nitti de que se quede adentro salió al parque, querer ahogarlo y hundirlo en un falso confort donde las coordenadas que su dolor ordena en razón candente y la planificación de su futuro próximo tienden a buscar coartadas donde todo se volvería una masa amorfa propia de la cobardía y la pusilanimidad
Ha dejado su gamulán abierto a la altura del pecho, buscando que la baja temperatura disuelva los nudos nerviosos ,que desde el momento en que ha revelado la verdadera identidad de Adolfo, han trepado a su cuello y prometen hora tras hora hacerle estallar las tensionadas arterias. Ha intentado disolverlo por medio de algunas cápsulas miorrelajante que guardan en el botiquín de su pieza . Pero solo a logrado lo que llaman un efecto rebote haciendo que por ejemplo su aorta se infle como el buche de un sapo. Tambien a probado, sin efecto alguno, con unas barritas de azufre que le ha acercado Nitti. Por eso desafía, en cuerpo y alma esta tarde fria, por eso aprovecha este tiempo para ver de que modo va a encarar y resolver el enorme dilema humano en que se encuentra y al que si bien ya sabe que final le va a dar -nunca ha vacilado al respecto-, no sabe de que modo y cuando. Eros sabe que la logistica, -la problemática que en este momento lo embarga-, es- aunque los miserables mandarines de la global tendencies lo hayan elevado a una categoria suprema- el plano más superficial de toda operación, por eso lo desespera no poder hallar rápidamente los medios y las decisiones, para llevar a cabo lo que esta seguro va a hacer. Pasa del conglomerado de alerces a un macizo más concentrado de verdes, coníferas enanas, que son la únicas que en plena estacíón invernal pueden hacer surgir de sus ramas algunos verdes encendidos . Junto a ellas se deposita, mira el cielo que como una cáscara iluminada va cediendo a los embates de las nubes grises. Respira buscando serenidad, tiene muy en cuenta este factor, sabe que el esforzado control que ejerce sobre su sistema emotivo esos enormes diques de contencion que a logrado construir a fuerza de replegar sus instintos primarios lo ha salvado de eliminar a Adolfo, la misma noche en que por enorme desgracia, si, no podria calificarlo de otro modo, se enteró del verdadero nombre de su amigo. Lo ha salvado, debieramos decir, de cometer un asesinato salvaje y escandaloso en plena cena aniversario del Sainte Claire, cuando centenares de persona habían colmado la sala central, que habría sucedido si después de lo que dijo Adolfo ante la visión de los dueños del Hogar, todo su personal y los familiares de cada uno de los allí internados se hubiera lanzado como una bestia enceguecida, de silla a silla, sobre su compañero, tomando, si, tomando el mismo cuchillo con el que antes , si años antes se intentó suicidar y hundirlo con todo lo que den sus fuerzas en el corazón de Adolfo , que hubiera sucedido tal vez no hubiese estado tan mal, no? Aprovechar ese instante de odio supremo con que lo colmo la respuesta de Adolfo, haberse dejado deslizar por esa pendiente de indignación que lo depositaban en un extasis de vértigo en las puertas de un crimen, que sin embargo el no concebía para nada como crimen y que ha esta altura en realidad poco le importaba la calificacción procesal que le podrían dar, mas bien estaba pendiente de poder llevar a cabo sea donde sea lo que , de repente y por fin encontraba su denominación indicada, su venganza.
Acomoda su mano bajo su mentón mira con crudeza un punto abstracto en el verde de la coníferas enanas. Sus pulsaciones parecen ir al mismo ritmo ahora que en el momento en que la voz de Adolfo, pronuncio tales palabras, dictaminó si se quiere, si es que ya no lo había hecho el propio eros con solo leer su nombre en el documento y nada más hubiera precisado, su propia muerte.
Eros había estado buscando la confirmación de que todo lo revelado en esa tarde sea realmente lo que el pensaba por eso es que busco con su mirada a una de las autoridades de Sainte Claire, una anciana de edad similar a la de él, no tuvo demasiado para elegir entre dos, eligió a la que estaba más cerca, una viejita con que portaba con orgullo el rostro fruncido por mil arrugas, comenzó a mirarla con un teatral interes hasta que Adolfo le pregunto que es lo que la atraía de esa mujer. Eros simulando un feroz encono le dijo que era una vergüenza que esa mujer, que el había conocido en su juventud, y que desde siempre había militado y abogado por los subversivos, sea la tesorera del Hogar donde viven . El rostro de Adolfo se volvió hacia la señora como eyectado por un resorte mecánico instalado dentro de su cuello, no pudo impedir, desaforarse, introducirle sus viejos y afilados ojos como dos escalpelos en todo su cuerpo, hasta que comenzó a asentir , moviendo su mentón con rapidez, de arriba hacia abajo y diciendole a Eros mientras lo tomaba del hombro y le acercaba su voz al oído. No te preocupes ni te aflijas hermano, alguno que otro se me escapó, pero sabes la cantidad de estos mierdas que hice cagar durante toda mi vida.

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