28.9.09

Capítulo 18:Volver siempre volver (rewind)


Hay que matar el tiempo, piensa Eros, hay que esperar el día. Un vuelo de Iberia lo llevará de nuevo en territorio argentino, no bien, los compañeros encargados de ello y que en este momento deberán estar cruzando la frontera francesa terminen de gestionar la documentación falsa mientras tanto, -tomandose muy a pecho esto de matar el tiempo, de neutralizar por medio de acciones abstractas y masivas ese tipo de inquietud que intenta ganarle al ritmo inexpugnable de las horas- ha decidido contar por tercera vez los ladrillos, que los años han ido despojando de pintura y dejado casi al descubierto, volviendo a percibirse su rojizo color original y que dispuestos en forma ascentente componen el techo de esta sucia pensión de Barcelona. En la pequeña cama, donde yace acostado desde hace unas horas, ha liquidado el segundo atado de cigarrillos del día, impregnando de un fuerte olor a tabaco negro la exigua e incómoda habitación de la calle San Ignacio. Siente ganas de volver a fumar, de matizar su ansiedad con el denso humo de los Gitane que ha conseguido hace unos días en una feria del bajo, sus manos sudan al igual que sus pies. Extiende un plano imaginario de esa parte de la ciudad ante la mirada tensa de su mente y evalúa lo displicente y peligroso que podría ser salir a esta hora de la tarde a la calle. Desde hace un mes largo sabe, se lo han informado y los ha visto él con sus propios ojos, que agentes argentinos y españoles colaboradores estrechos de la dictadura infectan la mayor parte de las calles de Barcelona, camuflados bajo apariencias de turistas ocasionales, -aunque para Eros no haya ya disfraz que valga puesto que ya es un especialista en detectar cierto recorte en el bigote así también como el aura pútrida de los sicarios- andan a la caza de lo que sospechan los últimos eslabones de la organización dispersos por el mundo, por eso prefiere resguardarse dentro de las cuatro paredes de la pensión y no salir para nada que no sea lo absolutamente indispensable. Acerca el encendedor casi hasta los labios, siente el calor que casi lo quema y trata de extraerle una última pitada a esa colilla que hasta hace unos segundos se encontraba abollada dentro del cenicero. Un delgado hilo de humo se desprende de su boca. Repite la misma operación con las otras tres colillas que quedan en el cenicero. Con la sensación de haber calmado sus ganas de fumar apoya su espalda contra el colchón y toma de dentro de su valija, alojada al costado de la cama, las fotos que en Beirut le ha entregado la comandancia. Un foco despojado de cualquier tipo de pantalla ilumina el rostro de un hombre extraño, su muñeca se mueve buscando que los reflejos de la luz no restallen directamente contra la imagen impidiendo que pueda visualizar en forma nítida la fotografía. Una de las fotografías del capitán de navío. El hombre asignado para que él, Eros, ubique y elimine, de la forma en que sea posible, en el plazo de una semana, cuenta regresiva que comenzará a correr una vez que su cuerpo aterrice de nuevo en el país.
Eros estudia con el detenimiento desmedido de un cartógrafo o con el odio milimétrico de un psicópata el rostro de lo que será su futura víctima. Desde que ha llegado a España y ha hecho de la pensión su guarida y su bunker operativo se ha impuesto la minuciosa labor de estudiar a fondo esas fotos de dos a tres horas por día. De a poco ha ido grabando dentro suyo todo lo que le interesa de ese hombre, toda la información que ayudará a que una vez localizado pueda sacarlo rápidamente del camino. Primero su fisonomía general, ese contorno de ave de rapiña, que intuye -los informes no lo aclaran- debe pertenecer a un hombre de aproximadamente 1, 80 de estatura, flaco y de porte atlético, para luego pasar a un estudio detallado de cada una de sus facciones. Sí, quisiera que nada de ese cerdo se escape de la red que con diversos materiales está tramando, como si llegado el momento de ejecutarlo, tambien ejecutara con violencia cada uno de esos mínimos detalles que lo componen. Busca dentro de la valija otra de la fotos, aquella en que el tipo aparece de perfil rodeado de todos sus camaradas y sus respectivas esposas por lo que deduce por ello y por las extensas mesas con lujosos manteles y el uniforme blanco de gala que ha sido tomada durante una cena protocolar de la fuerza, el capitán de navío se encuentra brindando con un superior. Por los rostros recargados de un latente cinismo es de las fotos la que más enciende sus motores destructivos, la que del modo de un filósofo en la fase ascendente de sus teorizaciones lo hace levantarse abruptamente de la cama y rondar por la pieza con paso firme pero agitado, caminar por todo el contorno de su cama y volver, mientras imagina, -en el super ocho sanguinolento de su mente- la aleación metálica sus balas perforandolo, haciendolo mierda, con diversas escenificaciones: en plena calle, en la entrada de una galería, en una plaza pública, en un estacionamiento, en el balcón del edificio donde vive, a la salida de un banco, donde carajo sea, pero por todos los putos dioses que sea.

Eros sabe que el paso que está por dar, no esta permitido por los nuevos protocolos que la comandancia de una forma u otra a dado a conocer. Que le han recalcado en más de una oportunidad que por nada del mundo debe salirse de los carrilles que han prediseñado para su operación, que por nada del mundo debe volver a pisar los lugares conocidos puesto que ya se han convertido en espacios efectivamente copados por la inteligencia del Estado. Pero Eros no ha podido, no ha resistido estar guardado, en ese sótano de Villa Devoto, sabiendo que un taxi, en quince minutos a más tardar, lo llevaría a la casa de su madre, allí donde sus hermanos menores- a los que no ve desde hace dos años- estarán concluyendo sus tareas escolares y donde su padre rondará de un lado a otro de la casa, insomne y trasnochado, tocandose compulsivamente y cada vez con más frecuencia el lóbulo de su oreja derecha- con la radio portátil en la mano alternando audiciones deportiva con noticieros donde seguramente espera, -como si la voces que surgen de la pequeña radio fueran la voces de un ágora moderno para hombres desesperados …….- dilucidar el futuro de su hijo mayor y del país; si así en ese orden.
El rostro de Maria Elena, se enciende de rubores vertiginosos y sus facciones se conmueven de forma tal que a Eros le cuesta reconocer la cara de su madre en ese absceso de expresividad tan característico de las mujeres nacidas en la Baja Italia y que Eros de algún modo pero nunca de esta tan desmesurada ha visto a lo largo de su estancia en su casa natal, a transformado por completo el rostro de su madre. El abrazo en que madre e hijo se estrechan bajo el alero de la galería y entrelazados en la manga de algunas camisas que se secan en el tendal, es interminable. Nadie exageraría si lo calificara de infinito, tan interminable e infinito como el silencio que los embarga y los rodea. Apenas unos sollozos contenidos que cada uno siente en su oreja y donde se fueran vertiendo como un turbulento río de impresiones, lo sucedido en todos estos últimos años tardan mucho tiempo en dirigirse la palabra, de emitir algún sonido, que no sean los pequeños sollozos de los dos y el ruido de los besos que se estampan mutuamente. Juan Carlos los mira sin poder acercarse, manteniendo esa distancia de varios metros y diciendo con voz soterrada y entre dientes, inmensamente conmovida y emocionada, El Eros, carajo, el Eros, como si a través de la visión real de su hijo, de ese cuerpo presente bajo la galería, inmanente y tangible, trepidante y sudoroso constatará de forma plena, completa y solo así su integridad física, como si le dijera iracundo a otra parte del él mismo, esa zona fatalista y real, viste que está vivo, vivito y coleando, la puta madre que te parió.
Hacía mucho que Eros no mojaba el pan con tanta fruición en un plato, que no extraía del fondo de un plato más que aceites requemados con trozos ajo carbonizados de las tascas gallegas, por eso barre con la miga del pan del borde de todos el plato siguiendo el rumbo de los barquitos azules igual que en su niñez todo ese delicado aceite anaranjado de la salsa bolognesa que ha preparado su madre y que considera un material precioso como un diamante, no, más que eso.
Su madre le pregunta cuando lo volverá a ver, Eros levantandose el cierre de su campera de cuero negra y mirando hacia el cielo, le dice que pronto, pronto vieja, pronto.
Eros, como había acordado, ya ha establecido su primer contacto. La cita es en un bar lo suficientemente escondido un poco mas allá de la vieja recoba del Once. Cortado mediante el Flaco Obdulio solo ha hecho correr un sobre de papel madera por un costado de la mesa, eso ha sido todo. Apenas si han hablado de otra cosa que no se lo estrictamente relacionado con la operación que están por poner en marcha. El Flaco Obdulio amaga con marcharse, sabe que este tipo de citas tienen que ser obligadamente fugaces y expeditivas, a fin de evitar cualquier tipo de sospechas. Pero Eros lo retiene unos minutos más pide otra vuelta de cortado y ve como el rostro de Obdulio adquiere las tensiones de un sujeto presa de la más cruda de las paranoias. Eros siente como le crecen ojos hasta en la nuca. Intenta calmarlo diciéndole que es solo unos segundos, unas pocas preguntas.
Solo la información terrible, el dato imposible de modificar que el Flaco Obdulio da con un gesto negativo de su cabeza por cada uno de los nombres que Eros, desde una lista que parece surgir desde lo más profundo de su corazón, pronuncia cada vez con más temor, cada vez con más miedo de que su compañero siga, con ese movimiento negativo de su cabeza gacha hacia un costado y hacia otro- como la página de avisos fúnebres poniendole cruces a los nombres de tantos conocidos. Marcos y Silvia pregunta, y antes de que el Flaco de su parte Eros se pregunta ahora para sí, si esta bien conmoverse de la forma en que lo está haciendo por cada uno de los compañeros caídos, si como espíritu militarizado, como hombre alzado en armas y como decía el General no hay que ponerle distancia y frialdad a todo lo concerniente a la muerte, si no es ley que en la batalla vayan quedando compañeros caídos por las balas enemigas. ¿Pero hasta que punto esto es una guerra? Se lo quisiera preguntar al Flaco Obdulio que es el único que tiene a mano, pero prefiere dejar la respuesta vacante, sujeta al devenir de la historia y a las interpretaciones que el pueblo le dará en un futuro próximo. Por ahora no puede sino hacer un hueco en su interior para que los estallidos de dolor no lo desborden, no lo arrastren como un huracán hacia el centro de una necrópolis situada en su propia piel. Demasiado para el corazón veinteañero de Eros, que cruzando con paso furtivo Pueyrredón parece ir desvaneciéndose en el aire, desintegrándose poco a poco con el fluido ácido de la desesperación. Sólo al tocar con su mano la puerta del coche que le han destinado, un Citroen blanco bastante averiado, vuelve en sí, se da cuenta que debe activarse, volverse como le han pedido en más de una ocasión una maquina fría de matar, dejar la emociones de lado, ensamblarse bajo la cota de malla de un guerrero solitario, sumirse a la instrucciones como nunca lo ha hecho en su vida. Y así lo hará Eros, así arrancará el auto y se dirigirá otra vez a su cueva de Villa Devoto, mirando uno de los mapas que le ha proporcionado el Flaco Obdulio dentro del sobre de papel madera y donde marcado con fibras de distintos colores le indica las zonas donde supone, (tenes que tener en cuenta que estos turros cambian todos los días de posiciones le ha advertido al darselo), hay menos retenes. Menos peligro de que lo paren y lo identifiquen. Mientras maneja, con su mano libre saca los croquis que le han entregado y los despliega sobre el asiento del acompañante, mete cambios y vuelve con su mano a esos papeles, ansioso, observa los papeles que dan cuenta de los recorridos habituales, los movimientos cotidianos, del Capitán de navio, esos trazos con fibra roja que la conducción que todavía permanece en el país a confeccionado para que se guie en su tarea.
Hay odio, temor y excitación, deseos de venganza y voluntad de cernirse a la disciplina que la organización solicita, todo esto como en una coctelera se sacude en el interior de el joven Eros. En el fondo del sobre a descubierto una cápsulas de gran tamaño, como si fueran de un potente antibiótico, esos que el estomago tarda en asimilar produciendo dolor, pero estas cápsulas, que ve por primera vez, son las que la comandancia a decidido que deben utilizar en caso de peligro extremo, en caso de verse perdidos. Hay un instrucctivo impreso por la organización que el vio circular en algun momento, indica en que casos debe morderse la pastilla, que con anterioridad debe estar dispuesta sobre uno de los molares, el efecto es casi instantaneo. Las sopesa con su mano mira su color amarillento, deja el volante un segundo y abre la ventanilla, por allí las arroja con fuerza.

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