28.8.09

Capítulo 12: Glenda lo revela todo


Los tres rostros, - del modo tres fuentes de aguas a las que una fuerte lluvia a convertido en recipientes agitados y turbulentos- toman una misma expresión cargada de tensiones, están de algún modo, aunque no dispuestos de frente, cara a cara , sino repartidos en semicírculo en torno a la figura de Glenda, espejándose entre sí, recibiendo uno de otro la misma información y refractando en parte muchas de las expresiones faciales de Glenda, -como parte de un arte de mímesis que buscara en realidad la más rápida acción de empatía.
En los tres, la preocupación, -precipitada y verdaderamente grave- deja ver su marca.
No se encuentran ya, en el centro del paraíso artificial que les ha creado Glenda – donde ingrávidos casi, rejuvenecidos, plenos de vitalidad, como hasta hace unos minutos, han habitado desde que la texana llego al Hogar; sino que el relato que están escuchando, la recepción dura y amarga de esta advenediza y abrupta realidad ha desmoronado momentáneamente ese estado de gracia y los ha sumido en un nuevo orden de cosas, marcando más los zanjones de sus arrugas, llevándolos a esforzar su concentración visual y sobre todo preparando ese viejo territorio abandonado donde lentamente y diriamos, fuera de la conciencia, van montando un teatro de operaciones. Los tres viejos, cada cual a su manera, están sosteniendo, sólo como es posible en estos casos, con precariedad e improvisación, las riendas interiores del potro salvaje de los acontecimientos.
Eros da por sentado que las palabras de Glenda, el encadenamiento de sus frases, ha sido estudiado con detenimiento, como si a lo largo de varios días, esto que está contando
hubiera buscado en su interior la mejor forma de estructurarse para salir de un modo convincente o conmovedor. Ese es el tono de la mujer, eso es lo que lo lleva a Eros, con pena, rabia y un furor por ahora quieto, a abrir los ojos en forma desmesurada a pellizcarse sistemáticamente el lóbulo de la oreja. Son sus únicos posibles salvadores, sin dudas. Esa mujer, Glenda les está implorando que la ayuden a salir de esta nueva trampa de la realidad.
Adolfo frunce el ceño hasta parecer casi atravesado en forma longitudinal por sus cejas. El mismo tic, que hace que Eros se toque la oreja, a Adolfo lo arrastra a repasarse con el dorso de sus indices el borde de sus bigotes. El también ya ha tomado lo que ha esta altura podríamos llamar responsabilidad y compromiso en el caso Glenda, eso que en Eros ya se ha instalado de lleno, haciendo que infle sus pecho y sus pulmones de aire igual que si buscara en esa oxigenación , extra, forzada: claridad y velocidad para sus pensamientos y elucubraciones.
Desde que Glenda ha comenzado con su saga de pesadillas, Adolfo, posecionado ante la voz de la mujer lo ha mirado apenas de soslayo, le ha querido decir, por medio de ese gesto impreciso pero que Eros logró a captar enseguida, como si fueran piezas de una misma maquinaria, que están en el mismo trance, que se están preparando para días difíciles, hasta Nitti esta comprometido en esta especie de cheque de sangre que los tres a un mismo tiempo están por extender
Glenda permanece sentada en la cama de Eros, su cuerpo ha sido un organismo inmóvil, apenas sacudido por la zozobras internas en los saltos más álgidos del relato que su voz está componiendo, sus ojos mantienen la carga de humedad, una humedad rojiza y viscosa que pareciera, querer anticipar el llanto, pero que por algo que desconocen y cargando de un hondo dramatismo la escena, todavía parece se negara a escaparse, a convertirse en lágrimas y sollozos.
De un momento a otro el pasado innominado de Glenda, esos años de vida que hasta hace un rato les era tan ajeno, se ha convertido en una carga y en un inminente desafio, un lance de caballeros que los arrojará a la vibración de sus pulsiones, que los obligará a indudablemente, probarse como otra vez como hombres de valor, a intentar saltar el cauce de fuego que separa la tierra de los cobardes y pusilánimes de la de los que son capaces de actos de arrojo y valentía.
Glenda esconde su cara contra las rodillas, ahora sí, el bandoneón amargo del llanto, como una delicada tormenta de primavera su sollozos que llegan a oídos de ellos, aunque ninguno puede ver su cara, ni sus lágrimas. Esos segundos parecen eternos, el tiempo suspendido, en su música de dolor y espanto, en su estrépito por momentos de lluvia descolgada, sabe que ha trastocado la vida en el Hogar Sainte Claire, sabe que ha volcado brasas en el ámbito intrauterino de este lugar, como si rompiera y violara un espacio demasiado protegido de ciertas clases de intensidades, sabe que su relato ha decidido el destino próximo de los tres ancianos, que ya , en algún lugar por ahora inaccesible de su mente, como sombríos engranajes que diseñan la muerte, planean acciones para liberarla por completo de su desgracia, sabe que sus cuerpos tiemblan – no por miedo, sino más bien porque sus cuerpos octogenarios son incapaces de retener muscularmente, la ansiedad y la inquietud que los recorre y que los tiene, en el centro de la habitación, como a tres guerreros templando sus espadas.
Eros estira los brazos desde su silla, ha tomado una de sus manos, la acaricia con lentitud buscando que todo el cuerpo de Glenda se apacigue. Nitti le acerca un pañuelo descartable y un vaso de agua que ha acabado de cargar en el dispenser de la pieza.
Al agradecerles, la voz de Glenda se confunde con la profundidad de su cuerpo.
Mientras Nitti y Adolfo tratan de distraer a Glenda, a jugar con datos circunstanciales intentando despejar un poco el cúmulo de angustia que ha embargado a todos, Eros retoma para sí, el relato de Glenda, reelabora una versión amplificada de los hechos – su cuerpo sobre la silla pierde presión y deja que las frases entecortadas y contundentes de Glenda, las mismas que a ejecutado unos minutos antes, decanten, muestren todos los nudos interiores que la articulan, como si en verdad buscara el tiempo para encontar ese plazo que va de la construcción verbal de un discurso un tanto increíble a su asimilación por parte de la realidad, al momento en que estas dos cosas se ensamblan y conectan un puente entre ambas, volviendo todo un poco más reconocible.
Cree que esta es una instancia necesaria para poder pensar mejor lo que deben hacer. Por ahora, deja que su mente repita, con la misma inflexión con que las ha pronunciado Glenda, la palabra Austin, la palabra Texas, golpes y hematomas, timador
Como si fueran precisos esos detalles geograficos,..... y como si la instauración de un punto de partida a partir de ellos los ayudara a comenzar a erigir el plan de lo que tanto él como Adolfo deben llevar a cabo, si como es verdad, juntos lo han decidido inmediatamente al finalizar el relato de Glenda y que como dijimos una mínima mirada d soslayo entre los ntre los amigos ha bastado.
Eros intenta imaginar a Michel Di Maggio, el ex marine que participó en la invasión a Irak y que desde que Glenda lo ha nombrado se ha convertido en un ser , sin lugar a dudas despreciable.
No puede dejar de pensarlo. Un cuerpo voluminoso, un cuello ancho de buey y la mirada de un cancerbero. Ägil y despiadado, con sus manos siempre prestas a romperle el cuello a alguno, al primero que lo mire con cierta intención inquisitoria.
Pero este no es el camino adecuado para vencer al enemigo – piensa Eros. No el de magnificar su instinto salvaje y sus cualidades tanáticas. Más bien, acrecienta su propio poderío, pensando en su torpeza, en el hecho de golpear reiteradamente con saña y sadismo a una mujer como Glenda, en la forma con que a molido a golpes al hermano de esa solo porque le pidió que no sea tan violento con Glenda.
Hay- piensa Eros- un sustrato de debilidad en estos actos que si bien puede equivocarse, puede sin embargo inferir con cierta seguridad que del tal Michel Di Maggio, si de ese cowboy de mierda, solo hay que estar al resguardo de sus puños. Relación de fuerzas que debe ser quebrada Nada más que temer.
Se lo imagina ahora caminando por las calles de Buenos Aires, haciendo tiempo en cafes y burdeles hasta que llegue Glenda, rengueando debido al disparo en el muslo que le a propinado Glenda en Texas y que por desgracia no ha ingresado en el centro del pecho, que era donde había apuntado.
Glenda le ha dicho que desde hace cinco días ha invadido su departamento que el solo volver a verlo la ha transportado de nuevo al más oscuro de los infiernos, que no puede soportar su comportamiento, el cinismo despiadado con el que se maneja, pasando de una fingida cordialidad al golpe artero, a la revancha lenta que parece querer tomarse.

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